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CONTENIDO LITERAL
("Prefacio", artículo de Connie Willis. Derechos de autor 2000, Connie Willis)
Mientras trabajaba en Los sueños de Lincoln, varias personas me preguntaron por qué escribía sobre la Guerra de Secesión, pero nadie me preguntó por qué escribía un libro sobre los sueños. En cambio, cuando les decía de qué trataba el libro, empezaban a hablarme de sueños que habían tenido, como si yo pudiera decirles qué significaban.
No tenía la menor idea. No tengo la menor idea de qué significan los sueños. Las últimas investigaciones parecen indicar que no significan nada, que no son más que la asistenta del sistema nervioso, que lo limpia después de los acontecimientos del día y saca la basura. Esto tiene bastante sentido (¿por qué si no soñaríamos con paquetes vacíos de crema que roban un periquito?). Sin embargo, algo en nuestro interior se rebela contra la idea de que constituyan los detritos del día, porque los sueños, obviamente, significan algo.
Freud también lo creía. Anotaba sus sueños con todo detalle (son tan ridículos corno los nuestros, llenos de monografías floridas y dientes falsos) y se volcó en ellos, intentando desentrañar su significado. Decidió que eran mensajes de nuestro subconsciente: suspiros ansiosos, recuerdos murmurados y gritos de ayuda, todo enviado en un complicado código.
Y esto también parece lógico, hasta que llega el momento de descifrarlo ("El paquete de crema representa de manera clara el anhelo de los pechos de su madre
"). Porque no se trata de un código, sino de otro lenguaje, y no es posible reducir sus imágenes a símbolos. Los sueños son algo más, otra cosa.
Abraham Lincoln soñó con su propia muerte. Oyó a alguien llorar y le preguntó al guardia: "¿Quién ha muerto en la Casa Blanca?", y el guardia le respondió: "El presidente." Queda perfectamente claro qué significaba ese sueño. No hace falta un libro de códigos para notar que se trata de una advertencia. Sin embargo, reflexiono sobre ello una y otra vez, y sobre su otro sueño, el que soñaba "antes de cada acontecimiento significativo de la guerra", el que soñó la noche antes de morir. En este sueño, iba en una barca que flotaba hacia una orilla desconocida, y tampoco hay que recurrir a Freud para comprender su significado.
A quienes insistan en la teoría de la asistenta, no les resultará extraño que pensara en la muerte: sufría al menos un atentado por semana y ya había oído llorar en la Casa Blanca, cuando Willie murió. No obstante, a pesar de toda esta lógica, son ideas que permanecen en mí como un sueño, con su código indescifrable, acechándome, obsesionándome.
Como me obsesiona la Guerra de Secesión. En la primera parte de Los sueños de Lincoln, a Jeff le ofrecen el trabajo de investigar los efectos a largo plazo de la Guerra de Vietnam. Lo rechaza. "Estoy muy ocupado estudiando los efectos a largo plazo de la Guerra de Secesión." Supongo que esto es lo que yo he hecho, también, al escribir este libro. Porque la Guerra de Secesión no ha terminado. Sus imágenes, como un sueño, continúan con nosotros: jóvenes tendidos boca abajo en campos de trigo y huertos, y Robert E. Lee a lomos de Traveller. Y Lincoln, muerto en la Casa Blanca, y el sonido de alguien que llora.
La Guerra de Secesión nos inquieta a todos, muchos años después, y nos asalta mientras dormimos. Como un grito de ayuda, como una advertencia, como un sueño. Y la estudiamos, intentando descodificar su mensaje, que permanece fuera de nuestro alcance.
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