(Fragmento de Voz de los muertos [la], novela de Orson Scott Card. Derechos de autor 1986, Orson Scott Card)
En el año 1830 después de la formación del Congreso Estelar, una nave robot de exploración envió un mensaje a través del ansible: el planeta que estaba investigando encajaba en los parámetros de la vida humana. El planeta más cercano con problemas de población era Baía; así que el Congreso Estelar les concedió licencia para explorarlo. Ya que no nos sentimos completamente cómodos con la idea de que los habitantes del pueblo vecino son tan humanos como nosotros, es extremadamente presuntuoso suponer que podemos mirar alguna vez a criaturas sociables que derivan de otras formas de evolución y no verlas como bestias, sino como hermanos; no rivales, sino compañeros peregrinos viajeros hacia el altar de la inteligencia. Sin embargo esto es lo que yo veo, o desearía ver. La diferencia entre raman y varelse no está en la criatura juzgada, sino en la que juzga. Cuando declaramos raman a una especie alienígena, eso no significa que haya aprobado un examen de madurez moral. Significa que lo hemos hecho nosotros. Demóstenes. Epístola a los Framlings. Raíz era a la vez el más problemático y el más valioso de los pequeninos. Siempre estaba allí cada vez que Pipo visitaba su calvero, y hacía todo lo posible para responder a las preguntas que la ley le prohibía a Pipo formular. Pipo dependía de él -demasiado, probablemente-, y aunque Raíz tonteaba y jugaba como el joven irresponsable que era, también observaba, probaba y experimentaba. Pipo siempre tenía que estar alerta ante las trampas que Raíz le tendía. Un momento antes, Raíz había estado escalando los árboles, agarrándose a la corteza con sólo los artejos de sus talones y sus muslos. En las manos llevaba dos palos -Los Palos Padres, los llamaban-, con los que golpeaba contra el árbol de una manera arrítmica y sañuda mientras escalaba. El ruido hizo que Mandachuva saliera de la casa de troncos. Llamó a Raíz en el Lenguaje de los Machos, y a continuación en portugués. -P'ra baixo, bicho! Varios cerdis de los alrededores, al oír el juego de palabras en portugués, expresaron su apreciación frotando sus muslos con rudeza. Eso produjo un sonido sibilante, y Mandachuva dio un saltito en el aire agradeciendo sus aplausos. Raíz, mientras tanto, se inclinó hacia atrás hasta que pareció que se iba a caer. Entonces se soltó, dio una voltereta en el aire, aterrizó sobre sus patas y dio unos cuantos brincos sin tropezar. -Así que eres un acróbata -dijo Pipo. Raíz se le acercó contoneándose. Era su manera de imitar a los humanos. Era la forma más efectiva y ridícula, porque su hocico aplastado parecía decididamente porcino. No era extraño que los habitantes de otros mundos les llamaran "cerdis". Los primeros visitantes de este mundo habían empezado a llamarles así en sus primeros informes, allá en el 86, y para cuando se fundó la Colonia Lusitania en 1925, el nombre ya era ineludible. Los xenólogos esparcidos por los Cien Mundos se referían a ellos como "los aborígenes lusitanos" , aunque Pipo sabía perfectamente bien que eso era simplemente una cuestión de dignidad personal: excepto en sus papeles eruditos, los xenólogos les llamaban también sin duda cerdis. En cuanto a Pipo, les llamaba pequeninos, y a ellos parecía no importarles, pues se llamaban a sí mismos "Los Pequeños". Sin embargo, con dignidad o sin ella, no había forma de negarlo. En momentos como éste, Raíz parecía un cerdo sosteniéndose sobre sus patas traseras. -Acróbata -dijo Raíz, intentando pronunciar la nueva palabra-. ¿Qué hice? ¿Tenéis una palabra para la gente que hace eso? ¿Así que hay gente que hace eso como trabajo? Pipo suspiró suavemente y congeló la sonrisa en su cara. La ley le prohibía estrictamente divulgar información sobre la sociedad humana, pues podría contaminar la cultura porcina. Aún así, Raíz jugaba constantemente a exprimir hasta la última gota de cuanto implicaba todo lo que Pipo decía. Esta vez, sin embargo, Pipo no podía echar la culpa a nadie, más que a. sí mismo, por haber hecho una observación tonta que abría unas ventanas innecesarias hacia la vida humana. De vez en cuando se encontraba tan a gusto entre los pequeninos que hablaba de modo natural. Eso era siempre un peligro. No soy bueno en este juego constante de sacar información mientras intento no dar nada a cambio. Libo, mi silencioso hijo, ya es más discreto que yo, y sólo lleva aprendiendo de mí... ¿cuánto hace que cumplió los trece años...? Cuatro meses. -Ojalá tuviera artejos en las piernas como vosotros -dijo Pipo-. La corteza del árbol me dejaría la piel convertida en jirones. -Eso nos daría vergüenza a todos -Raíz continuaba en la postura expectante que Pipo suponía que era su forma de expresar una cierta ansiedad, o quizás un aviso no verbal para que otros pequeninos tuvieran cautela. También podía ser un signo de miedo extremo, pero, por lo que Pipo sabía, nunca había visto a un pequenino sentir miedo extremo. En cualquier caso, Pipo habló rápidamente para calmarle. -No te preocupes. Soy demasiado viejo y blando para escalar árboles de esa forma. Es mejor que lo hagan vuestros retoños. Y funcionó. El cuerpo de Raíz se puso otra vez en movimiento. -Me gusta subir a los árboles. Puedo verlo todo- Raíz se plantó delante de Pipo y acercó su cara a la de él. -¿Traerás la bestia que corre sobre la hierba sin tocar el suelo? Los otros no me creen cuando les digo que he visto una cosa así. Otra trampa. ¿Cómo? Tú, Pipo, un xenólogo, ¿vas a humillar a este individuo de la comunidad que estás estudiando? ¿O te ceñirás a la rígida ley dispuesta por el Congreso Estelar para llevar adelante este encuentro? Había pocos precedentes. Los otros únicos alienígenas inteligentes que la humanidad había conocido eran los insectores, hacía tres mil años, y al final todo los insectores acabaron muriendo. Esta vez, el Congreso Estelar quería asegurarse de que si la humanidad fracasaba, sus errores fueran en la dirección contraria. Mínima información. Mínimo contacto. [...] |