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CONTENIDO LITERAL
(Fragmento de "Hermana luz, hermana sombra", novela de Jane Yolen. Derechos de autor 1988, Jane Yolen.)
EL MITO:
Entonces Gran Alta trenzó la parte izquierda de su cabello, el lado dorado, y lo dejó caer por el sumidero de la noche. Y de allí extrajo a la reina de las sombras y la depositó sobre la tierra. A continuación trenzó la parte derecha de su cabello, el lado oscuro, y con él atrapó a la reina de la luz. Y la depositó junto a la reina negra.
- Y vosotras dos seréis hermanas -dijo Gran Alta-. Seréis como la imagen de un espejo, una reflejando a la otra. Tal como os he confinado en mi cabello, así seréis.
Entonces unió sus trenzas vivientes enroscándolas entre sí, y ambas fueron como una.
LA LEYENDA:
Ocurrió en el pueblo de Slipskin, en un día de pleno invierno, que nació una criatura extraña y maravillosa. Mientras su madre, quien tampoco era más que una niña, se hallaba arrodillada sobre las pieles que cubrían el pequeño hueco cavado en la tierra, el cordón umbilical descendió entre sus piernas como un cordel. La niña emergió, los pies primero, bajando por el cordón. Cuando sus pequeños pies tocaron el suelo, se inclinó para cortar el cordón con los dientes, saludó a la atónita comadrona y se marchó por la puerta.
La comadrona se desplomó inconsciente, pero cuando recuperó el sentido y descubrió que la niña no estaba y que la madre había muerto desangrada, le contó a su hija mayor lo que había ocurrido. Al principio pensaron conservarlo en secreto, pero, de alguna manera, los milagros siempre se anuncian a sí mismos. La hija se lo contó a una hermana, quien se lo contó a una amiga, y de ese modo, la historia se supo.
En Slipskin... ahora llamado Nuevo Moulting... aún hoy se cuenta la historia de ese raro nacimiento. Dicen que la niña era la Criatura Blanca, Jenna, Hermana Luz de la Jinete de Sombra, la Anna.
EL RELATO:
Fue un nacimiento corriente hasta el final, y entonces la criatura se precipitó fuera del útero gritando, con el cordón envuelto alrededor de sus manitas. La comadrona del pueblo también gritó. A pesar de que había atendido muchos nacimientos, y algunos casi milagrosos, con bebés cubiertos de amnios o gemelos unidos por un mantelete de piel, nunca había oído nada como esto. Rápidamente hizo la señal de la Diosa con la mano derecha, uniendo el pulgar con el índice, y exclamó:
- Gran Alta, sálvanos.
Ante el nombre, la criatura guardó silencio.
La comadrona suspiró y recogió a la niña de las pieles que cubrían el hueco cavado en la tierra.
- Es una niña -dijo-, de la Diosa misma. Bendita sea. -Se volvió hacia la madre y sólo entonces comprendió que hablaba con un cadáver.
Bueno, qué otra cosa podía hacer entonces la comadrona, si no cortar el cordón y atender primero a quien vivía. Con la paciencia de la eternidad, la madre muerta aguardaría a su hombre para que la lavase y llevase luto por ella. Pero para que su fantasma no la persiguiese por el resto de sus días, la comadrona pronunció una rápida oración mientras brindaba los primeros cuidados a la recién nacida:
En el nombre de la cueva,
El oscuro sepulcro,
Y de todas quienes penden entre medio
Luminosas y ligeras,
Gran Alta,
Toma a esta mujer
Bajo tu mirada.
Envuélvela en tus cabellos
Y, allí cobijada,
Permite que vuelva a ser una criatura,
Para siempre.
- Y con eso debería quedar satisfecha -murmuró la comadrona, sabiendo que volver a ser una criatura, estar cobijada contra el pecho de la eterna Alta, era el propósito de toda la vida. Confiaba en que aquella rápida oración absolvería a la pobre mujer muerta, al menos hasta que pudiesen encenderse las velas, una por cada año de su vida y una más para la sombra de su alma, al pie de la cama. Mientras tanto estaba la criatura, afortunadamente una niña y afortunadamente con vida. En aquellos años tan difíciles no siempre era así. Pero el hombre tenía suerte. Sólo tendría que llorar por una.
Cuando hubo lavado la sangre del alumbramiento, la comadrona vio que la niña tenía la piel clara y que tanto sus brazos como su cabeza estaban cubiertos por un vello fino y blanco. Su cuerpo era inmaculado y sus ojos oscuros ya parecían capaces de ver, siguiendo el dedo de la comadrona de izquierda a derecha, de arriba abajo. Y como si eso no fuera milagro suficiente, la diminuta mano de la niña se aferró al dedo de la comadrona con tanta fuerza que ésta no pudo soltarse, ni siquiera cuando le preparó un biberón utilizando un lienzo retorcido y sumergido en leche de cabra. Incluso entonces permaneció aferrada, aunque chupó de la teta sustituta con suspiros largos y rítmicos.
Cuando el padre de la niña regresó de los campos y pudo ser apartado de su esposa muerta el tiempo suficiente como para tocar a la niña, ésta aún apretaba el dedo de la comadrona.
- Es una luchadora -dijo la mujer ofreciéndole a la niña.
Él no la cogió. La criatura blanca era un canje muy pobre por su robusta esposa de cabellos rojos. Tocó la cabeza de la niña con suavidad, donde podía percibirse el pulso bajo la delicada capa de piel, y dijo:
- Si la considera una luchadora, entréguela a las mujeres guerreras de las montañas para que se ocupen de su crianza. Yo no puedo tenerla conmigo mientras sufro por su madre. Ella es la única causa de mi dolor. No puedo amar cuando en mí hay tanto dolor.
Lo dijo con suavidad y sin ira aparente, ya que él era un hombre siempre manso y tranquilo, pero la comadrona pudo escuchar la dura roca detrás de su voz. Era la clase de roca contra la cual una niña se golpearía en vano una y otra vez.
Entonces dijo lo que consideró correcto.
- Las tribus de las montañas la acogerán y la amarán como usted no puede hacerlo. Son conocidas por su carácter maternal. Y le juro que la conducirán a un destino más extraordinario que lo que ya ha vaticinado la fuerza de su pequeña mano y su prematura visión.
Si reparó en sus palabras, el hombre no respondió. Sus hombros ya cargaban con la pena que lo llevaría a su propia tumba y, aunque él no lo sabía, ello ocurriría bastante pronto ya que, como solía decirse en Slipskin, el corazón no es una rodilla que pueda ser doblada.
Por lo tanto la comadrona tomó a la niña y partió. Sólo se detuvo el tiempo suficiente para llamar a los enterradores del pueblo y a dos mujeres que lavaran y amortajaran el cadáver antes de que comenzase a sufrir el rigor de la muerte. Les habló del milagroso nacimiento de la niña con el asombro todavía dibujado en el rostro.
Como todos sabían que era una mujer obstinada y que su mente estaba dirigida en una sola dirección... como una aguja en el agua señalando el norte... ninguno de ellos contradijo su partida hacia los clanes de las montañas. No sabían que estaba más asustada de lo que ella misma reconocía, asustada tanto de la niña como del viaje. Una parte de ella esperaba que los aldeanos la detuvieran, pero la otra, la parte obstinada, hubiese ido de todos modos. Tal vez ellos lo adivinaron y decidieron ahorrar saliva para contar su historia después. Porque tal como se decía en Slipskin, contar una historia es mejor que vivirla.
Y así fue como la comadrona se volvió hacia las montañas donde nunca antes había estado, confiando en que las guardianas de Gran Alta la guiarían antes de que se hubiese alejado demasiado y apretando a la niña contra su pecho como un amuleto.
Afortunadamente, casi todos los caminos que conducían al pie de la montaña se hallaban despejados, ya que de otro modo la comadrona ni siquiera hubiese llegado hasta allí. Era una mujer de pueblo, y sus deberes la llevaban de casa en casa como a un barrendero. No sabía nada de los peligros del bosque ni de los grandes pumas color canela que vagaban por las laderas rocosas. Con la criatura fajada contra su pecho, había partido valientemente logrando llegar al pie de la montaña sin un arañazo ni un resbalón. A muchos fornidos cazadores no les había ido tan bien ese año. Y tal vez era cierto, como decían los aldeanos, que los peces no son la mejor autoridad en el agua.
En la primera noche, la partera se refugió entre las raíces retorcidas de un árbol marchito y alimentó a la niña con un lienzo sumergido en un tiesto de leche. Ella comió queso con pan negro y se mantuvo caliente con medio odre de vino dulce que había llevado consigo. Comió profusamente, ya que pensaba que sólo tendría que pasar una noche más a la intemperie antes de llegar al territorio de las tribus. Y estaba segura de que las mujeres de las montañas, a quienes hacía mucho tiempo deseaba visitar con una mezcla de envidia y miedo, le entregarían suficiente comida, bebida y oro cuando viesen lo que les llevaba. Era una mujer de pueblo en su forma de pensar... siempre una cosa a cambio de otra. No comprendía a las montañas ni a la gente que vivía allí; no sabía que le brindarían alimento independientemente de cualquier otra cosa que no fuese su necesidad, ni que tenían tan poca ocasión de emplear el oro que ni siquiera lo poseían.
El segundo día amaneció brillante y perlado. Las nubes sólo se alineaban en el horizonte. La comadrona decidió caminar junto a un arroyo de corriente rápida porque le pareció más sencillo que abrir un nuevo sendero. De haber notado las señales y haber sido capaz de leerlas, hubiese sabido que éste era el trayecto predilecto de los pumas, ya que las truchas abundaban
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