(Fragmento de "Hobbit, [el]", novela de J. R. R. Tolkien. Derechos de autor 1937, J. R. R. Tolkien)
UNA TERTULIA INESPERADA En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante, con restos de gusanos y olor a fango, ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer: era un agujero-hobbit, y eso significa comodidad. Tenía una puerta redonda, perfecta como un ojo de buey, pintada de verde, con una manilla de bronce dorada y brillante, justo en el medio. La puerta se abría a un vestíbulo cilíndrico, como un túnel: un túnel muy cómodo, sin humos, con paredes revestidas de madera y suelos enlosados y alfombrados, provisto de sillas barnizadas, y montones y montones de perchas para sombreros y abrigos; el hobbit era aficionado a las visitas. El túnel se extendía serpeando, y penetraba bastante, pero no directamente, en la ladera de la colina -La Colina, como la llamaba toda la gente de muchas millas alrededor-, y muchas puertecitas redondas se abrían en él, primero a un lado y luego al otro. Nada de subir escaleras para el hobbit: dormitorios, cuartos de baño, bodegas, despensas (muchas), armarios (habitaciones enteras dedicadas a ropa), cocinas, comedores, se encontraban en la misma planta, y en verdad en el mismo pasillo. Las mejores habitaciones estaban todas a la izquierda de la puerta principal, pues eran las únicas que tenían ventanas, ventanas redondas, profundamente excavadas, que miraban al jardín y los prados de más allá, camino del río. Este hobbit era un hobbit acomodado, y se apellidaba Bolsón. Los Bolsón habían vivido en las cercanías de La Colina desde hacía muchísimo tiempo, y la gente los consideraba muy respetables, no sólo porque casi todos eran ricos, sino también porque nunca tenían ninguna aventura ni hacían algo inesperado: uno podía saber lo que diría un Bolsón acerca de cualquier asunto sin necesidad de preguntárselo. Esta es la historia de cómo un Bolsón tuvo una aventura, y se encontró a sí mismo haciendo y diciendo cosas por completo inesperadas. Podría haber perdido el respeto de los vecinos, pero ganó... Bueno, ya veréis si al final ganó algo. La madre de nuestro hobbit particular... pero, ¿qué es un hobbit? Supongo que los hobbits necesitan hoy que se los describa de algún modo, ya que se volvieron bastante raros y tímidos con la Gente Grande, como nos llaman. Son (o fueron) gente menuda de la mitad de nuestra talla, y más pequeños que los enanos barbados. Los hobbits no tienen barba. Hay poca o ninguna magia en ellos, excepto esa común y cotidiana que los ayuda a desaparecer en silencio y rápidamente, cuando gente grande y estúpida como vosotros o yo se acerca sin mirar por dónde va, con un ruido de elefantes que puede oírse a una milla de distancia. Tienden a ser gruesos de vientre; visten de colores brillantes (sobre todo verde y amarillo); no usan zapatos, porque en los pies tienen suelas naturales de piel y un pelo espeso y tibio de color castaño, como el que les crece en las cabezas (que es rizado); los dedos son largos, mañosos y morenos, los rostros afables, y se ríen con profundas y jugosas risas (especialmente después de cenar, lo que hacen dos veces al día, cuando pueden). Ahora sabéis lo suficiente como para continuar el relato. Como iba diciendo, la madre de este hobbit -o sea, Bilbo Bolsón- era la famosa Belladonna Tuk, una de las tres extraordinarias hijas del Viejo Tuk, patriarca de los hobbits que vivían al otro lado de Delagua, el riachuelo que corría al pie de La Colina. Se decía a menudo (en otras familias) que tiempo atrás un antepasado de los Tuk se había casado sin duda con un hada. Eso era, desde luego, absurdo, pero por cierto había todavía algo no del todo hobbit en ellos, y de cuando en cuando miembros del clan Tuk salían a correr aventuras. Desaparecían con discreción, y la familia echaba tierra sobre el asunto; pero los Tuk no eran tan respetables como los Bolsón, aunque indudablemente más ricos. Al menos Belladonna Tuk no había tenido ninguna aventura después de convertirse en la señora de Bungo Bolsón. Bungo, el padre de Bilbo, le construyó el agujero-hobbit más lujoso (en parte con el dinero de ella), que pudiera encontrarse bajo La Colina o sobre La Colina o al otro lado de Delagua, y allí se quedaron hasta el fin. No obstante, es probable que Bilbo, hijo único, aunque se parecía y se comportaba exactamente como una segunda edición de su padre, firme y comodón, tuviese alguna rareza de carácter del lado de los Tuk, algo que sólo esperaba una ocasión para salir a la luz. La ocasión no llegó a presentarse nunca, hasta que Bilbo Bolsón fue un adulto que rondaba los cincuenta años y vivía en el hermoso agujero-hobbit que acabo de describiros, y cuando en verdad ya parecía que se había asentado allí para siempre. Por alguna curiosa coincidencia, una mañana de hace tiempo en la quietud del mundo, cuando había menos ruido y más verdor, y los hobbits eran todavía numerosos y prósperos, y Bilbo Bolsón estaba de pie en la puerta del agujero, después del desayuno, fumando una enorme y larga pipa de madera que casi le llegaba a los dedos lanudos de los pies (bien cepillados), Gandalf apareció de pronto. ¡Gandalf! Si sólo hubieseis oído un cuarto de lo que yo he oído de él, y he oído sólo muy poco de todo lo que hay que oír, estaríais preparados para cualquier especie de cuento notable. Cuentos y aventuras brotaban por donde quiera que pasara, de la forma más extraordinaria. No había bajado a aquel camino al pie de La Colina desde hacía años y años, desde la muerte de su amigo el Viejo Tuk, y los hobbits casi habían olvidado cómo era. Había estado lejos, más allá de La Colina y del otro lado de Delagua por asuntos particulares, desde el tiempo en que todos ellos eran pequeños niños hobbits y niñas hobbits. Todo lo que el confiado Bilbo vio aquella mañana fue un anciano con un bastón. Tenía un sombrero azul, alto y puntiagudo, una larga capa gris, una bufanda de plata sobre la que colgaba una barba larga y blanca hasta más abajo de la cintura, y botas negras. - ¡Buenos días! -dijo Bilbo, y esto era exactamente lo que quería decir. El sol brillaba y la hierba estaba muy verde. Pero Gandalf lo miró desde debajo de las cejas largas y espesas, más sobresalientes que el ala del sombrero, que le ensombrecía la cara. - ¿Qué quieres decir? -preguntó-, ¿Me deseas un buen día, o quieres decir que es un buen día, lo quiera yo o no; o que hoy te sientes bien; o que es un día en que conviene ser bueno? - Todo eso a la vez -dijo Bilbo-. Y un día estupendo para una pipa de tabaco a la puerta de casa, además. ¡Si lleváis una pipa encima, sentaos y tomad un poco de mi tabaco! ¡No hay prisa, tenemos todo el día por delante!, -entonces Bilbo se sentó en una silla junto a la puerta, cruzó las piernas, y lanzó un hermoso anillo de humo gris que navegó en el aire sin romperse, y se alejo flotando sobre La Colina. - ¡Muy bonito! -dijo Gandalf-. Pero esta mañana no tengo tiempo para anillos de humo. Busco a alguien con quien compartir una aventura que estoy planeando, y es difícil dar con él. - Pienso lo mismo... En estos lugares somos gente sencilla y tranquila y no estamos acostumbrados a las aventuras. ¡Cosas desagradables, molestas e incómodas que retrasan la cena! No me explico por qué atraen a la gente -dijo nuestro señor Bolsón, y metiendo un pulgar detrás del tirante, lanzó otro anillo de humo más grande aún. Luego sacó el correo matutino y se puso a leer, fingiendo ignorar al viejo. Pero o el viejo no se movió. Permaneció apoyado en el bastón observando al hobbit sin decir nada, hasta que Bilbo se sintió bastante incómodo y aun un poco enfadado. - ¡Buenos días! -dijo al fin-. ¡No queremos aventuras aquí, gracias! ¿Por qué no probáis más allá de La Colina o al otro lado de Delagua? -Con esto daba a entender que la conversación había terminado. - ¡Para cuántas cosas empleas el Buenos días! -dijo Gandalf-. Ahora quieres decir que intentas deshacerte de mí y que no serán buenos hasta que me vaya. - ¡De ningún modo, de ningún modo, mi querido señor! Veamos, no creo conocer vuestro nombre... - ¡Sí, sí, mi querido señor, y yo sí que conozco tu nombre, señor Bilbo Bolsón! Y tú también sabes el mío, aunque no me unas a él. ¡Yo soy Gandalf, y Gandalf soy yo! ¡Quién iba a pensar que un hijo de Belladonna Tuk me daría los buenos días como si yo fuese vendiendo botones de puerta en puerta! - ¡Gandalf, Gandalf! ¡Válgame el cielo! ¿No sois vos el mago errante que dio al Viejo Tuk un par de botones mágicos de diamante que se abrochaban solos y no se desabrochaban hasta que les dabas una orden? ¿No sois vos quien contaba en las reuniones aquellas historias maravillosas de dragones y trasgos y gigantes y rescates de princesas y la inesperada fortuna de los hijos de madre viuda? ¿No el hombre que acostumbraba a fabricar aquellos fuegos de artificio tan excelentes? ¡Los recuerdo! El Viejo Tuk los preparaba en los solsticios de verano. ¡Espléndidos! Subían como grandes lirios, cabezas de dragón y árboles de fuego que quedaban suspendidos en el aire durante todo el crepúsculo. -Ya os habréis dado cuenta de que el señor Bolsón no era tan prosaico como él mismo creía, y también de que era muy aficionado a las flores. -¡Diantre! -continuó-. ¿No sois vos el Gandalf responsable de que tantos y tantos jóvenes apacibles partiesen hacia el Azul en busca de locas aventuras? Cualquier cosa desde trepar árboles a [...] |