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CONTENIDO LITERAL
("Tránsito" (fragmento), novela de Connie Willis)
-Oí un ruido -dijo la señora Davenport-, y entonces empecé a atravesar ese túnel.
-¿Puede describirlo? -preguntó Joanna, acercándole un poquito la minigrabadora.
-¿El túnel? -dijo la señora Davenport, contemplando la habitación del hospital, como si buscara inspiración-. Bueno, estaba oscuro...
Joanna esperó. Cualquier pregunta, incluso "¿Cómo de oscuro?", podría dar pistas cuando se trataba de entrevistar a la gente sobre sus experiencias cercanas a la muerte, y la mayoría de la gente, cuando se enfrentaba al silencio, se disponía a llenarlo, y todo lo que el entrevistador tenía que hacer era esperar. No, sin embargo, la señora Davenport. Contempló su intravenosa durante un rato, y luego miró inquisitivamente a Joanna. -¿Hay algo más que pueda recordar sobre el túnel? -preguntó Joanna.
-No... -dijo la señora Davenport después de un minuto-. Estaba oscuro.
"Oscuro", anotó Joanna. Siempre tomaba notas por si se acababa la cinta o algo iba mal con la grabadora, y así podía comparar los modales y la entonación del sujeto entrevistado. "Introvertida -escribió-. Reacia." Pero a veces los reacios resultaban ser los mejores sujetos si tenías paciencia.
-Dijo usted que oyó un ruido. ¿Puede describirlo?
-¿Un ruido? -dijo vagamente la señora Davenport. Si tenías la paciencia de Job, se corrigió Joanna.
-Usted ha dicho -repitió, consultando sus notas-: "Oí un ruido, y entonces empecé a atravesar ese túnel." ¿Oyó el ruido antes de entrar en el túnel?
-No... -respondió la señora Davenport, frunciendo el ceño-. Sí. No estoy segura. Era una especie de timbre... -Miró a Joanna, vacilante-. ¿O tal vez un zumbido?
Joanna mantuvo una expresión cuidadosamente impasible. Una sonrisa de ánimo o un ceño fruncido podrían dar pistas también.
-Un zumbido, creo -dijo la señora Davenport por fin.
-¿Puede describirlo?
"Debería haber comido algo antes de empezar con esto", pensó Joanna. Eran las doce y no había tomado nada para desayunar, excepto café y un pastelito. Pero quería contactar con la señora Davenport antes de que lo hiciera Maurice Mandrake, y cuanto más largo fuera el intervalo entre la ECM y la entrevista, más confabulación habría.
-¿Describirlo? -dijo la señora Davenport, irritada-. Un zumbido.
No servía de nada. Iba a tener que hacer preguntas más específicas, dieran pistas o no, o no lograría sacarle nada.
-¿Qué tipo de zumbido era, firme o intermitente?
-¿Intermitente? -La señora Davenport estaba confusa.
-¿Empezaba y se paraba? ¿Cómo alguien llamando a la puerta de un apartamento? ¿O era un sonido continuo como el zumbido de una abeja?
La señora Davenport miró su intravenosa un poco más.
-Una abeja-dijo finalmente.
-El zumbido ¿era fuerte o suave?
-Fuerte -dijo, pero insegura-. Se paró.
"No voy a poder utilizar nada de esto", pensó Joanna.
-¿Qué sucedió cuando cesó?
-Estaba oscuro -dijo la señora Davenport-, y entonces vi una luz al final del túnel y...
El busca de Joanna empezó a sonar. "Maravilloso -pensó, tratando de apagarlo-. Lo que me hacía falta." Tendría que haberlo desconectado antes de empezar, a pesar de la regla del hospital Mercy General de mantenerlo conectado a todas horas. Las únicas personas que la llamaban eran Vielle y el señor Mandrake, y eso había estropeado más de una entrevista de ECM.
-¿Tiene usted que irse?
-No. Vio una luz...
-Si tiene que irse...
-No -dijo Joanna firmemente, metiéndose el busca en el bolsillo sin mirarlo-. No es nada. Vio usted una luz. ¿Puede describirla?
-Era dorada -dijo rápidamente la señora Davenport. Demasiado rápidamente. Y parecía relamidamente complacida, como un niño que sabe la respuesta.
-Dorada -dijo Joanna.
-Sí, más brillante que ninguna otra luz que yo haya visto, pero no me lastimaba los ojos. Era cálida y reconfortante, y al mirarla pude ver que era un ser, un Ángel de Luz.
-Un Ángel de Luz -dijo Joanna, con una sensación de pesadumbre.
-Sí, y alrededor del Ángel había conocidos míos que ya han muerto. Mi madre y mi pobre padre y mi tío Alvin. Estuvo en la Marina en la Segunda Guerra Mundial. Lo mataron en Guadalcanal, y el Ángel de Luz dijo...
-Antes de que entrara usted en el túnel -interrumpió Joanna-, ¿tuvo una experiencia extracorporal?
-No -respondió ella, con la misma rapidez-. El señor Mandrake dijo que a veces pasa, pero lo único que vi fue el túnel y la luz. El señor Mandrake. Naturalmente. Tendría que haberlo sabido.
-Me entrevistó anoche -dijo la señora Davenport-. ¿Lo conoce usted?
"Oh, sí", pensó Joanna.
-Es un autor famoso -dijo la señora Davenport-. Escribió La luz al final del túnel. Fue un best seller, ¿sabe?
-Sí, lo sé.
-Está trabajando en un libro nuevo. Mensajes del Otro Lado. ¿Sabe?, nadie diría que es famoso. Es muy simpático. Tiene una forma maravillosa de hacer preguntas.
"Desde luego que sí", pensó Joanna. Lo había oído hacerlas: "Cuando atravesó usted el túnel, oyó un zumbido, ¿verdad? ¿Describiría la luz que vio al final del túnel como dorada? Aunque fuera más brillante que nada que hubiera visto antes, no le lastimó los ojos, ¿no? ¿Cuándo se encontró con el Ángel de Luz?" Dar pistas no era ni siquiera la expresión adecuada.
Y sonreía, asintiendo para alentar las respuestas que quería. Fruncía los labios y preguntaba: "¿Está segura de que era un zumbido y no un timbre?" Fruncía el ceño e inquiría preocupado: "¿Y no recuerda haber flotado sobre la mesa de operaciones? ¿Está segura?"
Ellos lo recordaban todo por él, cómo dejaban su cuerpo y entraban en el túnel y se encontraban a Jesús, recordaban la Luz y la Revisión de Vida y los Encuentros con los Seres Queridos Difuntos. Olvidaban convenientemente las visiones y sonidos que no encajaban e inventaban los que sí lo hacían. Y anulaban por completo lo que hubiera sucedido de verdad.
Ya era bastante malo tener por ahí los libros de Moody y Abrazados por la. luz y todos los otros libros sobre experiencias cercanas a la muerte y los especiales de televisión y los artículos en las revistas diciéndole a la gente lo que podía esperar ver sin que alguien del hospital Mercy General le metiera esas ideas en la cabeza.
-El señor Mandrake me contó que, excepto por la parte referida a salir del cuerpo -dijo orgullosamente la señora Davenport-, mi experiencia cercana a la muerte fue una de las mejores que había registrado.
"No me extraña", pensó Joanna. No tenía sentido continuar con aquello.
-Gracias, señora Davenport -dijo-. Creo que tengo suficiente.
-Pero no le he hablado todavía de la Revisión de Vida -dijo la señora Davenport, dispuesta a colaborar de repente-. El Ángel de Luz me hizo mirar un cristal, y me mostró todas las cosas que había hecho, buenas y malas, toda mi vida.
"Que ahora procederá a contarme", pensó Joanna. Se metió la mano en el bolsillo y volvió a conectar el busca. "Pita -ordenó-. Ahora."
-...y entonces el cristal me mostró aquella vez que me dejé las llaves dentro del coche, y me puse a buscarlas en el bolso y en los bolsillos del abrigo y...
Ahora que Joanna quería que el busca sonara, el aparato permaneció obstinadamente en silencio. Necesitaba uno con un botón que pudieras pulsar para que sonara en casos de emergencia. Se preguntó si en Radio Shack tendrían uno.
-... y entonces me mostró que entraba en el hospital y mi corazón se detenía -dijo la señora Davenport-, y entonces la luz empezó a encenderse y apagarse, y el Ángel me tendió un telegrama, igual que el que recibimos cuando mataron a Alvin, y dije: "¿Significa esto que estoy muerta?" El Ángel respondió: "No, es un mensaje diciéndote que debes regresar a tu vida terrenal." ¿Está anotando todo esto?
-Sí -dijo Joanna, escribiendo: "Hamburguesa con queso, patatas fritas, Coca-Cola grande."
-"Todavía no ha llegado tu hora", dijo el Ángel de Luz, y lo siguiente que vi fue que estaba de vuelta en la sala de operaciones.
"Si no salgo pronto de aquí -escribió Joanna-, cerrarán la cafetería, así que por favor, que alguien me llame."
El busca, por fin, gracias al cielo, sonó durante la descripción que la señora Davenport hacía de la luz como "brillantes prismas de diamantes y zafiros y rubíes", una cita literal de La luz al final del túnel.
-Lo siento, tengo que irme -dijo Joanna, sacando el busca de su bolsillo-. Es una emergencia.
Recogió su grabadora y la apagó.
-¿Dónde puedo ponerme en contacto con usted si recuerdo algo más sobre mi ECM?
-Puede hacer que me llamen por el busca -dijo Joanna, y huyó. Ni siquiera comprobó quién la llamaba hasta que estuvo a salvo fuera de la habitación. No reconoció el número, pero era de dentro del hospital. Bajó al puesto de enfermeras para llamar.
-¿Sabes de quién es este número? -le preguntó a Eileen, la enfermera jefa.
-Así a bote pronto, no -dijo Eileen-. ¿No es el del señor Mandrake?
-No, tengo el número del señor Mandrake -dijo Joanna, sombría-. Consiguió llegar a la señora Davenport antes que yo. Es la tercera entrevista que me estropea esta semana.
-Está bromeando -dijo Eileen, compasiva. Seguía mirando el número del busca-. Puede que sea el doctor Wright. La ha estado buscando.
-¿El doctor Wright? -Joanna frunció el ceño. El nombre no le resultaba familiar. Por costumbre, dijo-: ¿Puedes describirlo?
-Alto, joven, rubio...
-Guapo -dijo Tish, que acababa de llegar con una carpeta. La descripción no encajaba con nadie que Joanna conociera.
-¿Dijo qué quería? Eileen sacudió la cabeza.
-Me preguntó si era usted la persona que estaba investigando las ECM.
-Maravilloso -dijo Joanna-. Probablemente querrá contarme como recorrió un túnel y vio una luz, a todos sus parientes muertos y a Maurice Mandrake.
-¿Eso cree? -preguntó Eileen, vacilante-. No sé, después de todo es médico.
-Como si eso fuera una garantía para no estar chalado -respondió Joanna-. ¿Conoces al doctor Abrams del Monte Sinaí? La semana pasada consiguió convencerme para almorzar con la promesa de que hablaría con el consejo del hospital para que me dejara hacer entrevistas allí, y luego me contó su propia ECM, en la cual vio un túnel, una luz y a Moisés, quien le dijo que regresara y leyera la Tora en voz alta a la gente. Cosa que hizo. Durante todo el almuerzo.
-Está bromeando -dijo Eileen.
-Pero ese doctor Wright era guapo -intervino Tish.
-Por desgracia, eso no es tampoco ninguna garantía. Conocí a un interno muy guapo la semana pasada que me dijo que había visto a Elvis en su ECM. -Joanna miró el reloj. La cafetería estaría todavía abierta, pero por poco más tiempo-. Me voy a almorzar. Si el doctor Wright vuelve a aparecer, decidle que a quien tiene que ver es al doctor Mandrake.
Se dirigió hacia la cafetería del edificio principal, por las escaleras de servicio en vez de tomar el ascensor, para evitar encontrarse con ninguno de los dos. Suponía que el doctor Wright era el que la había llamado antes a través del busca, cuando estaba hablando con la señora Davenport. Por otro lado, podría haber sido Vielle, que la llamaba para hablarle de un paciente que había tenido un infarto y podría haber experimentado una ECM. Sería mejor que lo comprobara. Bajó a Urgencias.
Estaba hasta los topes, como de costumbre, con sillas de ruedas por todas partes, un niño con una mano envuelta en una toalla empapada de rojo en una camilla, dos mujeres hablando rápida y furiosamente en español a la enfermera de recepción, alguien en una de las salas de trauma gritando obscenidades en inglés a todo pulmón. Joanna se abrió paso entre el laberinto de goteros y carritos, buscando la bata azul de Vielle y su rostro negro y preocupado. Siempre parecía preocupada en Urgencias, estuviera atendiendo un infarto o quitando una astilla, y Joanna a menudo se preguntaba qué efecto tenía eso sobre sus pacientes.
Allí estaba, junto a la mesa, leyendo una gráfica y con aspecto preocupado. Joanna se abrió paso entre una silla de ruedas y un montón de mantas para llegar hasta ella.
-¿Me has llamado? -preguntó.
Vielle sacudió la cabeza, rematada por un gorrito azul.
-Esto parece una tumba. Literalmente. Un tiroteo, dos sobredosis, una neumonía causada por sida. Todos ingresaron cadáveres, excepto una de las sobredosis, que murió después de llegar.
Soltó la carpeta y señaló una de las salas de trauma. La camilla había sido retirada y habían introducido equipo eléctrico, entre una maraña de cables.
-¿Qué es esto? -preguntó Joanna.
-La sala de comunicaciones -dijo Vielle-, si alguna vez la terminan. Para que podamos estar en contacto continuado con las ambulancias y el helicóptero y dar instrucciones médicas a los enfermeros que vienen de camino. Así sabremos si nuestros pacientes están muertos antes de que lleguen aquí. O si están armados. -Se quitó la gorrita quirúrgica y sacudió sus trenzas negras-. El drogadicto que no estaba muerto trató de dispararle a uno de los celadores que lo trasladaban a la camilla. Estaba colocado con esa droga nueva, picara, que está haciendo furor. Por suerte había tomado demasiada y se murió antes de conseguir apretar el gatillo.
-Tienes que solicitar que te trasladen a Pediatría -dijo Joanna. Vielle se estremeció.
-Los niños son aún peor que los drogatas. Además, si me trasladan, ¿quién te va a avisar de que hay ECM antes de que Mandrake se apodere de ellos?
Joanna sonrió.
-Eres mi única esperanza. Por cierto, ¿conoces a un tal doctor Wright?
-Llevo años buscándolo -dijo Vielle.
-Bueno, no creo que sea éste. No sería uno de los internos o los residentes de Urgencias, ¿no?
-No lo sé -dijo Vielle-. Por aquí pasan tantos que ni siquiera me molesto en aprender sus nombres. Sólo les digo "Basta", o "¿Qué crees que estás haciendo?". Lo comprobaré.
Regresaron a Urgencias. Vielle tomó un clasificador y repasó una lista.
-Nada. ¿Estás segura de que trabaja aquí en el Mercy?
-No. Pero si viene buscándome, estaré en la siete-oeste.
-¿Y si aparece una ECM y necesito llamarte? Joanna sonrió.
-Estoy en la cafetería.
-Te llamaré -dijo Vielle-. Esta tarde va a ser movida.
-¿Por qué?
-Clima propio para los infartos -dijo ella, y al ver la expresión de despiste de Joanna, señaló hacia la entrada de Urgencias-. Lleva nevando desde las nueve de la mañana.
Joanna miró asombrada en la dirección que Vielle señalaba, aunque no podía ver las ventanas desde allí.
-Llevo atendiendo pacientes con las cortinas corridas toda la mañana -dijo. Y en despachos y pasillos y ascensores sin ventanas.
-Resbalones en el hielo, o esfuerzos despejando nieve, o accidentes de coche -dijo Vielle- No nos va a faltar trabajo. ¿Tienes conectado el busca?
-Sí, mamá -dijo Joanna-. No soy uno de tus internos.
Se despidió de Vielle y subió a la primera planta.
La cafetería, sorprendentemente, estaba abierta. Tenía el horario de apertura más breve que Joanna hubiera visto en ningún hospital, y siempre que bajaba a almorzar se encontraba con sus puertas dobles de cristal cerradas y sus sillas de plástico rojo colocadas en lo alto de las mesas de fórmica. Pero hoy estaba abierta, aunque uno de los camareros retiraba las ensaladas y otro recogía un montón de platos. Joanna agarró una bandeja antes de que pudieran llevárselas y se puso en la cola de la comida caliente. Y se detuvo en seco. Maurice Mandrake estaba junto a la máquina de bebidas, sirviéndose una taza de café. "No -pensó Joanna-, ahora no. Es probable que acabe matándolo."
Giró sobre sus talones y salió rápidamente. Se metió en el ascensor, pulsó el cierre de la puerta y luego vaciló con un dedo sobre los botones. No podía salir del hospital, le había prometido a Vielle que estaría disponible. La máquina de aperitivos estaba en el ala norte, pero no estaba segura de llevar dinero encima. Rebuscó en los bolsillos de su rebeca, pero lo único que encontró, además de su minigrabadora, fue un boli, un centavo, un impreso, un puñado de Kleenex usados y una postal de un océano tropical al atardecer con palmeras recortadas contra el cielo rojo y aguas coralinas. ¿De dónde había sacado eso? Le dio la vuelta. "Me lo estoy pasando maravillosamente. Ojalá estuvieras aquí", había escrito alguien encima de una firma ilegible, y al lado, con la letra de Vielle, Pretty Woman, Titanes, Lo que la verdad esconde: la lista de películas que Vielle quería que alquilara para su próxima noche de picoteo.
Por desgracia, tampoco tenía las palomitas de aquella cena, y lo más barato que había en la máquina costaba setenta y cinco centavos. Tenía el bolso en el despacho, pero el doctor Wright podría estar acampado fuera, esperándola.
¿Dónde más podría haber comida? Tenían tabletas en Oncología, pero no tenía tanta hambre. Paula en la cuatro-este, pensó. Siempre tenía un montón de M&M's y, además, debería ir a ver a Carl Aspinall. Pulsó el botón del quinto piso.
Se preguntó cómo le iría a Coma Carl (así era como lo llamaban las enfermeras). Llevaba en estado semicomatoso desde que lo admitieron hacía dos meses con meningitis espinal. No respondía en absoluto casi nunca, y las contadas ocasiones en que lo hacía, sus brazos y piernas se retorcían y murmuraba. Y a veces hablaba con perfecta claridad.
-Pero no está teniendo ninguna experiencia cercana a la muerte -había dicho Guadalupe, una de sus enfermeras, cuando Joanna recibió permiso de su esposa para que las enfermeras anotaran todo lo que dijese-. Quiero decir, no ha sufrido ningún síncope.
-Las circunstancias son similares -le había dicho Joanna. Y era un sujeto al que Maurice Mandrake no podía alcanzar.
Nada podía alcanzarlo, aunque su esposa y las enfermeras fingían que podía oírlas. Las enfermeras tenían cuidado de no usar el mote Coma o discutir sobre su estado cuando ella estaba en la habitación, y animaban a Joanna a hablar con él.
-Ha habido estudios que demuestran que los pacientes en coma pueden oír lo que se dice en su presencia -le había dicho Paula, ofreciéndole unos M&M's.
"Pero yo no lo creo -pensó Joanna, esperando a que la puerta del ascensor se abriera en la quinta planta-. No oye nada. Está en algún otro lugar, fuera de nuestro alcance."
La puerta del ascensor se abrió, y ella recorrió el pasillo hasta el puesto de las enfermeras. Una enfermera desconocida con pelo rubio y sin caderas trabajaba ante el ordenador.
-¿Dónde está Paula? -preguntó Joanna.
-De baja por enfermedad -dijo la delgadísima enfermera con cautela-. ¿Puedo ayudarla, doctora...? -Miró la tarjeta de identificación que colgaba del cuello de Joanna-. ¿Lander?
No tenía sentido pedirle comida. Parecía que nunca había comido un M&M's en su vida, y por la forma en que miraba el cuerpo de Joanna, parecía que no aprobaba que ella tampoco lo hubiera hecho.
-No, gracias -dijo Joanna fríamente, y advirtió que todavía llevaba la bandeja de la cafetería. Debía haberla tenido todo el tiempo en el ascensor y no se había dado cuenta.
-Hay que devolver esto a la cocina -dijo rápidamente, y se la tendió a la enfermera-. He venido a ver a Com... al señor Aspinall -dijo y se dirigió hacia la habitación de Carl.
La puerta estaba abierta, y Guadalupe se encontraba al otro lado de la cama colgando una bolsa de suero. El sillón que solía ocupar la esposa de Carl estaba vacío.
-¿Cómo se encuentra hoy? -preguntó Joanna, acercándose a la :ama.
-Mucho mejor -dijo Guadalupe alegremente, y luego añadió en un susurro-: Le ha vuelto la fiebre. -Desenganchó la bolsa y la acercó a la ventana-. Está oscuro aquí dentro -dijo-. ¿Quieres un poco de luz, Carl?
Descornó las cortinas.
Vielle tenía razón. Estaba nevando. Grandes copos caían de un cielo gris encapotado.
-Está nevando, ¿sabes, Carl? -dijo Guadalupe.
"No", pensó Joanna, contemplando al hombre en la cama. Su cara mortecina bajo los tubos de oxígeno se veía pálida e inexpresiva a la luz gris de la ventana, los ojos sin cerrar del todo, una rendijita de blanco asomaba bajo los pesados párpados, la boca medio abierta.
-Parece que hace frío ahí fuera -dijo Guadalupe, acercándose al ordenador-. ¿Ya hay nieve acumulada en las calles?
Joanna tardó un momento en darse cuenta de que Guadalupe le hablaba a ella y no a Carl.
-No lo sé -dijo, combatiendo el impulso de susurrar y no molestarlo-. Llegué antes de que empezara.
Guadalupe fue marcando los iconos en la pantalla, introduciendo la temperatura de Carl y el inicio de una nueva bolsa de suero.
-¿Ha dicho algo esta mañana? -preguntó Joanna.
-Ni una palabra. Creo que está remando otra vez en el lago. Antes estuvo tarareando.
-¿Tarareando? ¿Puedes describirlo?
-Ya sabes, tarareando -dijo Guadalupe. Se acercó a la cama y cubrió con las sábanas el brazo sondado de Carl por encima del pecho-. Es como una canción, pero no la reconocí. Ahí tienes, calentito y cómodo -dijo, y se encaminó hacia la puerta con la bolsa vacía-. Tienes suerte de estar aquí y no ahí fuera con toda esa nieve, Carl.
"Pero no está aquí", pensó Joanna.
-¿Dónde estás, Carl? -preguntó-. ¿Remando en el lago?
Remar en el lago era una de las escenas que las enfermeras habían inventado para sus murmullos. Hacía movimientos con los brazos que podrían haber sido el gesto de remar, y en esas ocasiones nunca se mostraba agitado ni gritaba, por lo que pensaban que era algo idílico.
Había varias escenas: La marcha de la muerte de Bataan, durante la cual gritaba una y otra vez "¡Agua!", y correr detrás del autobús, y una para la que cada enfermera tenía un nombre distinto (Quemado en la hoguera y Emboscada vietcong y Los tormentos del infierno), durante la cual agitaba los brazos salvajemente y se destapaba y se quitaba la intravenosa. Una vez le había puesto a Guadalupe un ojo morado cuando intentaba contenerlo. "Atrapado", gritaba una y otra vez, o posiblemente "Agarrado" o algo parecido. Y una vez, con pánico: "Corta el cable."
-Tal vez cree que las sondas son cuerdas -dijo entonces Guadalupe, con el ojo hinchado, mientras le tendía a Joanna una transcripción del episodio.
-Tal vez -respondió Joanna, pero no lo creía. "No sabe que tiene puestas intravenosas, ni que está nevando o hay enfermeras a su alrededor. Está muy lejos de aquí, viendo algo completamente distinto", pensó. Como todos los pacientes de infartos y accidentes de coche y hemorragias que había entrevistado en los dos últimos años, moviéndose entre ángeles y túneles y parientes que habían sido inducidos a ver, en busca del comentario casual, el detalle aparentemente irrelevante que podía dar una pista de que lo habían visto, de dónde habían estado.
-La luz me envolvió, y me sentí feliz y cálida y segura -había dicho Lisa Andrews, cuyo corazón se había detenido durante una intervención. Pero temblaba al decirlo, y luego se quedó allí sentada un buen rato, con la mirada perdida.
Y Jake Becker, que se había caído por un precipicio mientras hacía montañismo en las Rocosas, dijo, tratando de describir el túnel:
-Estaba muy, muy lejos.
-¿El túnel estaba muy lejos de usted? -preguntó Joanna.
-No -respondió Jake enfadado-. Yo estaba allí mismo. Dentro. Estoy hablando de dónde estaba. Muy muy lejos.
Joanna se acercó a la ventana y contempló la nieve. Ahora caía con más fuerza, cubriendo los coches del aparcamiento de visitantes. Una mujer mayor con un abrigo gris y un gorrito de plástico limpiaba con esfuerzo la nieve de su parabrisas. Tiempo propio de infartos, había dicho Vielle. Tiempo de accidentes de coche. Tiempo de muerte.
Corrió las cortinas y volvió a la cama y se sentó en la silla que había al lado. Él no iba a hablar, y la cafetería cerraría al cabo de diez minutos. Tenía que irse de inmediato si quería comer. Pero continuó sentada, contemplando los monitores, con sus líneas ondulantes, sus números cambiantes, contemplando el movimiento casi imperceptible del pecho hundido de Carl subiendo y bajando, contemplando las ventanas cerradas con la nieve cayendo silenciosamente al otro lado.
Advirtió un leve sonido. Miró a Carl, pero él no se había movido y seguía teniendo la boca medio abierta. Miró los monitores, pero el sonido procedía de la cama. "¿Puede describirlo?", pensó automáticamente. Un sonido profundo, regular, como una sirena, con largas pausas intermedias, y después de cada pausa, un sutil cambio de tono.
Está tarareando, pensó. Buscó su minigrabadora y la conectó, y se la acercó a la boca.
-Nmnmnmnmn -zumbó él, y luego una pausa más breve, mientras tomaba aliento y continuaba, "nmnmnmnm", cada vez más grave. Era decididamente una canción, aunque ella tampoco lograba reconocerla, porque los intervalos entre los sonidos eran demasiado largos. Pero era evidente que canturreaba.
¿Cantaba en un lago veraniego en alguna parte, mientras una chica hermosa tocaba un ukelele? ¿O cantaba al compás del coro celestial de la señora Davenport, envuelto en la cálida luz al final del túnel? ¿O estaba en algún lugar de las oscuras junglas de Vietnam, cantando para así para mantener sus miedos bajo control?
El busca empezó a sonar de repente.
-Lo siento -dijo, apagándolo con la mano izquierda-. Lo siento. Pero Carl continuó impertérrito, nmnm, nmnm, nmnm, nmnm, nm, nm. Ajeno. Inalcanzable.
El número que aparecía en el busca era el de Urgencias.
-Lo siento -repitió Joanna, y apagó la grabadora-. Tengo que irme.
Le palmeó la mano, que permanecía inmóvil junto a su costado.
-Pero volveré a verte pronto -dijo, y se encaminó hacia Urgencias.
-Un ataque al corazón-dijo Vielle cuando llegó-. Sacaba su coche de una zanja. Estuvo a punto de morir en la ambulancia.
-¿Dónde está ahora? -preguntó Joanna-. ¿En Cuidados intensivos?
-No. Está aquí mismo.
-¿En Urgencias? -dijo Joanna, sorprendida. Nunca había hablado con pacientes en Urgencias, aunque había ocasiones en que deseaba poder hacerlo, para entrevistarlos antes de que lo hiciera el señor Mandrake.
-Se recuperó muy rápido, y ahora se niega a ser ingresado hasta que llegue el cardiólogo -dijo Vielle-. Lo hemos llamado, pero mientras tanto el tipo está volviendo loco a todo el mundo. No tuvo un ataque al corazón. Hace ejercicio en un gimnasio tres veces por semana. -Acompañó a Joanna a la sala de traumatología.
-¿Seguro que está lo bastante recuperado para hablar conmigo?
-preguntó Joanna, siguiéndola.
-No para de intentar levantarse de la cama y de exigir hablar con alguien que esté al mando -dijo Vielle, deslizándose expertamente entre un carrito de suministros y una máquina portátil de rayos X-. Si puedes distraerlo y mantenerlo en la cama hasta que llegue el cardiólogo, le harás un favor enorme a todo el mundo. Incluido él. Escucha, ahora es tu paciente.
-¿Por qué no está aquí mi médico ya? -exigió una voz de barítono procedente del otro extremo de la sala de reconocimiento-. ¿Y dónde está Stephanie?
Hablaba fuerte y de manera despierta para tratarse de alguien que había sufrido un infarto y luego había sido revivido. Tal vez tuviera razón y no se trataba de un ataque al corazón.
-¿Cómo que no se han puesto en contacto con ella? Tiene un teléfono móvil -gritó-. ¿Dónde hay un teléfono? La llamaré yo mismo.
-No puede levantarse usted, señor Menotti -dijo una voz de mujer-. Está lleno de cables.
Vielle abrió la puerta y condujo a Joanna a la habitación, donde una enfermera intentaba en vano impedir que un hombre joven arrancara los electrodos que tenía conectados al pecho. Un hombre muy joven, de no más de treinta y cinco años, bronceado y musculoso. Parecía verdad que hacía ejercicio tres veces por semana.
-Basta -dijo Vielle, y lo empujó contra la cama, que estaba dispuesta en ángulo de cuarenta y cinco grados-. Tiene que estarse tranquilito. Su médico llegará en unos minutos.
-Tengo que ponerme en contacto con Stephanie -dijo él-. No necesito ninguna intravenosa.
-Sí que la necesita -dijo Vielle-. Nina la llamará por usted. Miró el monitor cardíaco y luego le tomó el pulso.
-Ya lo he intentado -dijo la otra enfermera-. No responde.
-Bueno, inténtalo otra vez -respondió Vielle, y la enfermera se marchó-. Señor Menotti, ésta es la doctora Lander. Ya le hablé de ella.
-Lo empujó firmemente contra la cama-. Los dejo para que se conozcan.
-No dejes que se levante -le silabeó en silencio a Joanna, y se marchó.
-Me alegro de que esté usted aquí-dijo el señor Menotti-. Usted es médico, así que tal vez pueda hacerlas entrar en razón. No paran de decir que he sufrido un ataque al corazón, pero es imposible. Hago ejercicio tres veces por semana.
-No soy doctora en medicina. Soy psicóloga cognitiva -dijo Joanna-, y me gustaría hablar con usted respecto a su experiencia en la ambulancia. -Sacó un impreso de su rebeca y lo desplegó-. Esto es un impreso estándar, señor Menotti...
-Llámeme Greg. El señor Menotti es mi padre.
-Greg.
-¿Y yo cómo la llamo? -preguntó él, y sonrió. Era una sonrisa bonita, aunque un poco lobuna.
-Doctora Lander -dijo ella secamente. Le tendió el impreso y un boli-. El impreso dice que da usted permiso para...
-Si lo firmo, ¿me dirá cómo se llama? ¿Y su número de teléfono?
-Creía que su novia venía de camino, señor Menotti -dijo ella, tendiéndole el boli.
-Greg -corrigió él, tratando de sentarse de nuevo. Joanna se adelantó y le sujetó el impreso para que pudiera firmarlo sin esforzarse.
-Aquí tiene, doctora -dijo él, devolviéndole el papel y el boli-. Mire, aunque no sea usted médico, sabe que los tipos de mi edad no tienen infartos, ¿no?
"Te equivocas -pensó Joanna-, y normalmente no tienen tanta suerte como para poder revivir después del infarto."
-El cardiólogo llegará dentro de unos minutos -dijo-. Mientras tanto, ¿por qué no me cuenta lo que ha sucedido? Conectó la minigrabadora.
-Vale. Iba de regreso a la oficina después de jugar al pádel... juego al pádel dos veces por semana, Stephanie y yo vamos a esquiar los fines de semana. Por eso me trasladé aquí desde Nueva York, por el esquí. Hago bajadas y marchas a campo traviesa, así que ya puede ver que es imposible que haya tenido un ataque al corazón.
-Iba usted de regreso a la oficina... -instó Joanna.
-Sí-dijo Greg-. Está nevando, y la carretera está resbaladiza, y ese idiota en un Jeep Cherokee intenta adelantarme, y acabo en el arcén. Tengo una pala en el coche, así que empiezo a trabajar para sacar el coche, y no sé qué sucedió luego. Supongo que un trozo de hielo desprendido por un camión debió de golpearme en la cabeza y dejarme inconsciente, porque lo siguiente que supe es que sonaba una sirena, y estoy en una ambulancia y un enfermero me está colocando estas ventosas heladas en el pecho.
"Por supuesto -pensó Joanna, resignada-. Por fin encuentro a un sujeto al que Maurice Mandrake no ha corrompido aún, y no recuerda nada."
-¿Puede recordar algo entre el momento en que... en que recibió el golpe en la cabeza y cuando se despertó en la ambulancia? -preguntó Joanna, esperanzada-. ¿Algo que oyera? ¿O que viera?
Él negó con la cabeza.
-Fue como cuando me operaron de ligamentos el año pasado. Me los rompí jugando al fútbol. En un segundo el anestesista estaba diciendo: "Respire profundamente", y al siguiente estaba en la sala de recuperación. Y, mientras, nada, cero, niet.
Oh, bueno, al menos lo estaba entreteniendo hasta que llegara el cardiólogo.
-Le dije a la enfermera que no pude haber tenido una experiencia cercana a la muerte porque no estuve a punto de morirme. Cuando habla con gente que ha muerto, ¿qué dicen? ¿Le cuentan que han visto túneles y luces y ángeles como dicen en la tele?
-Algunos.
-¿Cree que es verdad o que se lo inventan?
-No lo sé. Eso es lo que trato de averiguar.
-¿Sabeloqueledigo? Si alguna vez sufro un infarto y tengo una experiencia cercana a la muerte, será usted la primera persona a la que llame.
-Se lo agradezco mucho.
-En ese caso, necesito su número de teléfono -dijo él, y mostró de nuevo aquella sonrisa lobuna.
-Vaya, vaya, vaya -dijo el cardiólogo, que venía acompañado por Vielle-. ¿Qué tenemos aquí?
-Desde luego, no un infarto -dijo Greg, tratando de sentarse-. Hago ejercicio...
-Vamos a ver qué está pasando -dijo el cardiólogo. Se volvió hacia Joanna-. ¿Quiere disculparnos unos minutos?
-Desde luego -dijo Joanna, recogiendo su grabadora. Salió de la habitación. No había probablemente motivos para esperar, Greg Menotti había dicho que no había experimentado nada, pero aveces, al ser interrogados de nuevo, los sujetos recordaban algo. Y él estaba dispuesto a negarlo todo. Admitir que había tenido una ECM sería admitir que había tenido un infarto.
-¿Por qué no lo han llevado a la UCI? -dijo la voz del cardiólogo, evidentemente hablando con Vielle.
-No me van a llevar a ninguna parte hasta que llegue Stephanie -dijo Greg.
-Viene de camino -contestó Vielle-. Me he puesto en contacto con ella. Llegará dentro de unos minutos.
-Muy bien, escuchemos ese corazón suyo y veamos qué está pasando -dijo el cardiólogo-. No, no se incorpore. Quédese ahí. Muy bien...
Hubo un minuto de silencio, mientras el cardiólogo escuchaba su corazón, y luego dio unas instrucciones que Joanna no pudo oír.
-Sí, señor -dijo Vielle.
Más instrucciones entre murmullos.
-Quiero ver a Stephanie en cuanto llegue -dijo Greg.
-Puede verle arriba -dijo el cardiólogo-. Vamos a llevarlo a la UCI, señor Menotti. Parece que ha tenido un infarto de miocardio, y tenemos que...
-Eso es ridículo. Estoy bien. Me desmayé porque me golpeó un trozo de hielo, eso es todo. No he tenido un infar... Y entonces, bruscamente, silencio.
-¿Señor Menotti? -dijo Vielle-. ¿Greg?
-Está entrando en parada -dijo el cardiólogo-. Baje esa cama y traiga un desfribilador.
El zumbido de la alarma de código de parada empezó a sonar, y llegó gente corriendo. Joanna se apartó.
-Comenzamos la RPC -dijo el cardiólogo, y algo más que Joanna no logró oír. La alarma seguía sonando, un zumbido intermitente y ensordecedor. ¿Era un zumbido o un timbre?, pensó Joanna tontamente. Y entonces, se preguntó si ése era el sonido que oían antes de entrar en el túnel.
-Traigan esas palas -dijo el cardiólogo-. Y desconecten esa maldita alarma.
El zumbido cesó. Una percha para intravenosas cayó ruidosamente al suelo.
-Preparados para desfibrilar, apártense -dijo el cardiólogo, y se produjo un tipo distinto de zumbido-. Otra vez. Apártense. Una pausa.
-Demasiado lejos -dijo la voz de Greg Menotti, y Joanna dejó escapar el aliento.
-Ha vuelto -dijo alguien, y alguien más-: Ritmo smoidal normal.
-Ella está demasiado lejos -dijo Greg-. Nunca llegará a tiempo.
-Sí, lo hará -dijo Vielle-. Stephanie ya viene de camino. Estará aquí dentro de unos minutos.
Hubo otra pausa. Joanna se esforzó por oír el pitido tranquilizador del monitor.
-¿Cuál es la PS? -dijo el cardiólogo.
-Cincuenta y ocho. -Pero era la voz de Greg Menotti.
-Ochenta sobre sesenta -dijo otra voz.
-No -dijo Greg Menotti, enfadado-. Cincuenta y ocho. Ella nunca llegará a tiempo.
-Estaba a unas cuantas manzanas nada más -dijo Vielle-. Probablemente estará aparcando. Aguante, Greg.
-Cincuenta y ocho -dijo Greg Menotti, y una rubia bonita con un anorak azul llegó corriendo a Urgencias, seguida por la enfermera que estaba antes en la habitación.
-¿Señora? -decía la enfermera-. ¿Señora? Tiene usted que esperar en la sala. Señora, no puede entrar ahí. La rubia entró en la habitación.
-Stephanie está aquí, Greg -oyó decir Joanna a Vielle-. Le dije que llegaría.
-Greg, soy yo, Stephanie -dijo la rubia entre sollozos-. Estoy aquí.
Silencio.
-Setenta sobre cincuenta -dijo Vielle.
-Dejé el móvil en el coche mientras entraba en el supermercado. Lo siento mucho. Vine en cuanto pude.
-Sesenta sobre cuarenta y bajando.
-No -dijo Greg débilmente-. Demasiado lejos para que ella llegue.
Y luego la firme línea plana del monitor cardíaco.
-¿Está segura de que le dijo que yo la andaba buscando? -le preguntó Richard a la enfermera.
-Estoy segura, doctor Wright. Le dí su número cuando estuvo aquí esta mañana.
-¿Y cuándo fue eso?
-Hace como una hora. Estaba entrevistando a una paciente.
-¿Y no sabe adonde fue luego?
-No. Puedo darle el número de su busca.
-Ya tengo el número de su busca -dijo Richard. Llevaba toda la mañana intentando llamarla sin conseguir respuesta-. No creo que lo lleve encima.
-Las reglas del hospital exigen que todo el personal lleve su busca en todo momento -dijo la enfermera con tono de reproche, y extendió la mano hacia un talonario de recetas como para registrar la infracción.
"Bueno, sí", se dijo él, y si ella lo llevaba eso haría que su vida fuera mucho más sencilla, pero era una regla ridícula: él desconectaba su propio busca la mitad de las veces. De lo contrario le interrumpían constantemente. Y si metía en problemas a la doctora Lander, ella no se sentiría inclinada a trabajar con él.
-Intentaré llamarla otra vez -dijo rápidamente-. Dijo usted que estaba entrevistando a una paciente. ¿Qué paciente?
-La señora Davenport. En la 314.
-Gracias -dijo él, y recorrió el pasillo hasta la habitación 314-. ¿Señora Davenport? -le dijo a una mujer canosa postrada en cama-. Estoy buscando a la doctora Lander, y...
-Y yo también -respondió la señora Davenport algo molesta-. Llevo llamándola toda la tarde.
De vuelta a la casilla número uno.
-Me dijo que podía hacer que la enfermera la llamara por el busca si recordaba algo más sobre mi experiencia cercana a la muerte -dijo la señora Davenport-, y he estado aquí sentada recordando todo tipo de cosas, pero ella no ha venido.
-¿Y no dijo adonde iba después de entrevistarla?
-No. Su busca sonó cuando yo iba por la mitad, y tuvo que marcharse corriendo.
Su busca sonó. Así que, al menos en ese momento, lo tenía conectado. Y si había salido corriendo, debía de tratarse de otro paciente. ¿Alguien que había entrado en parada y lo habían revivido? ¿Dónde podría ser? ¿En la UCI?
-Gracias -dijo él, y se encaminó hacia la puerta.
-Si la encuentra, dígale que he recordado que tuve una experiencia extracorporal. Fue como si estuviera flotando sobre la mesa de operaciones, mirando hacia abajo. Pude ver a los médicos y las enfermeras operándome, y el doctor dijo: "No sirve de nada, la hemos perdido", y fue entonces cuando oí aquel zumbido y entré en el túnel. Yo...
-Se lo diré -dijo Richard, y salió al pasillo y regresó al puesto de las enfermeras.
-La señora Davenport dice que llamaron por el busca a la doctora Lander cuando la estaba entrevistando -le dijo a la enfermera-. ¿Tiene un teléfono que pueda usar? Tengo que llamar a la UCI.
La enfermera le tendió un teléfono y se dio media vuelta.
-¿Puede decirme cuál es la extensión de la UCI? Yo no...
-La 4502 -dijo una enfermera rubia que se acercaba al puesto-. ¿Está buscando a Joanna Lander?
-Sí-contestó él, agradecido-. ¿Sabe dónde está?
-No -dijo ella, mirándolo a través de sus largas pestañas-, pero sé dónde podría estar. En Pediatría. La llamaron de allí antes.
-Gracias -respondió él, colgando el teléfono-. ¿Puede decirme cómo llegar a Pediatría? Soy nuevo aquí.
-Lo sé -dijo ella, sonriendo con recato-. Es usted el doctor Wright, ¿verdad? Yo soy Tish.
-Tish, ¿en qué planta está Pediatría? Los ascensores están por allí, ¿verdad?
-Sí, pero Pediatría está en el ala oeste. La forma más sencilla de llegar es pasar por Endocrinología -dijo ella, señalando en la otra dirección-, luego suba las escaleras hasta el quinto, y cruce... -Se detuvo y le sonrió-. Será mejor que le acompañe. Es complicado.
-Ya me he dado cuenta -dijo él. Había necesitado casi media hora y preguntar a tres personas diferentes para llegar desde su despacho a Medicina Interna. "No se puede llegar desde aquí", le había dicho una enfermera con bata rosa. El creyó que estaba bromeando. Ahora sabía que no.
-Eileen, voy a subir a Pediatría -le dijo Tish a la enfermera jefa, y le acompañó pasillo abajo-. Todo es porque el hospital Mercy General era antes el South General y Mercy Lutheran y además una guardería, y cuando los unieron no derribaron nada. Simplemente levantaron todos esos pasillos superiores y los corredores de conexión para que la cosa funcionara. Fue como hacer un bypass o algo por el estilo.
Abrió una puerta que decía "Sólo personal del hospital", y empezó a subir las escaleras.
-Estas escaleras llevan al cuarto, quinto y sexto pisos, pero no al séptimo y el octavo. Si quiere ir a esas plantas, tiene que bajar por el pasillo en el que estábamos y usar el ascensor de servicio. ¿Cuánto tiempo lleva aquí?
-Seis semanas.
-¿Seis semanas?-dijo Tish-. ¿Entonces cómo es que no nos hemos visto antes? ¿Cómo es que no lo he visto en la Hora Feliz?
-No he podido encontrarla -dijo él-. Suerte tengo de encontrar mi despacho.
Tish dejó escapar una risita tintineante.
-Todo el mundo se pierde en el Mercy General. Lo más que la gente suele saber es cómo llegar del aparcamiento a la planta en la que trabaja y volver -dijo ella, adelantándose en las escaleras. "Para que pueda verle las piernas", pensó él-. ¿Cuál es su especialidad médica?
-Soy neurólogo. Estoy aquí por un proyecto de investigación.
-¿De verdad? -dijo ella ansiosamente-. ¿Necesita una ayudante?
"Necesito un compañero", pensó él.
Tish abrió una puerta marcada como "5" y lo condujo al pasillo.
-¿Qué clase de proyecto es? -preguntó-. La verdad es que quiero pedir el traslado.
Él se preguntó si estaría tan ansiosa por pedir el traslado después de enterarse de qué trataba el proyecto.
-Estoy investigando las experiencias cercanas a la muerte.
-¿Está intentando demostrar que hay vida después de la muerte? -preguntó Tish.
-No -replicó él, sombrío-. Es una investigación científica. Estoy investigando las causas físicas de las experiencias cercanas a la muerte.
-¿De veras? ¿Y qué cree que las causa?
-Eso es lo que estoy intentando averiguar. Estimulación del lóbulo temporal, para empezar, y anoxia.
-Oh -dijo ella, otra vez ansiosa-. Cuando dijo usted experiencias cercanas a la muerte, pensé que se refería a lo que hace el señor Mandrake. Ya sabe, creer en la vida después de la muerte y todo eso.
"Igual que todo el mundo -pensó Richard con amargura-, y por eso cuesta tanto trabajo que subvencionen la investigación de las ECM. Todos piensan que está lleno de gente que ve túneles y colorines, y tienen razón. El señor Mandrake y su libro, La luz al final del túnel, son los típicos ejemplos." Pero ¿qué había de Joanna Lander?
Tenía buenas referencias, licenciada en Emory y doctorada en psicología cognitiva por Stanford, pero un doctorado, ni siquiera un doctorado en medicina era garantía de cordura. Mira al doctor Seagal. Y a Arthur Conan Doyle.
Doyle era médico. Había creado a Sherlock Holmes, por el amor de Dios, el creyente definitivo en la ciencia y el método científico, y sin embargo creía que era posible comunicarse con los muertos y las hadas.
Pero la doctora Lander había publicado artículos en Psychology Quarterly Review y en Nature, y tenía la experiencia en entrevistar a sujetos con ECM que él necesitaba.
-¿Qué sabe usted de la doctora Lander? -le preguntó a Tish.
-No mucho. Sólo llevo un mes en planta. Ella y el señor Mandrake vienen de vez en cuando a entrevistar a los pacientes.
-¿Juntos? -preguntó él bruscamente.
-No, no habitualmente. Él suele venir antes y ella después. ¿Para completar el trabajo? ¿O trabajaba de forma independiente?
-¿Cree la doctora Lander en la "vida después de la muerte y todo eso", como usted lo llama?
-No lo sé. Nunca he hablado con ella excepto para ver si un paciente puede o no tener visitas. Es un poquito tímida. Lleva gafas. Creo que su investigación parece muy interesante, así que si necesita una ayudante...
-La tendré en mente -dijo él. Habían llegado al final del pasillo.
-Supongo que será mejor que regrese-dijo ella, lamentándolo-. Baje por ese pasillo -señaló a la izquierda-, y luego gire a la derecha. Verá el pasillo. Atraviéselo, luego gire a la derecha y después a la izquierda, y se encontrará con un bloque de ascensores. Baje al cuarto piso, gire a la derecha, y ya está. No tiene pérdida.
-Gracias -dijo él, esperando que ella tuviera razón.
-No hay de qué. -Le sonrió a través de sus pestañas-. Encantada de conocerle, doctor Wright. Si quiere ir a la Hora Feliz, llámeme, y me alegrará enseñarle el camino.
"A la derecha hasta el pasillo, y luego a la derecha y la izquierda", pensó, mirando pasillo abajo, decidido a llegar a Pediatría antes de que la doctora Lander se marchara. Porque si lo hacía, no podría encontrarla nunca, no en aquella madriguera de conejos. Había tantas alas y pasillos de conexión y corredores que podían estar en la misma planta y no encontrarse nunca. Por lo que sabía, ella podía haberse pasado el día buscándolo, o perdida en huecos de escalera y túneles.
Tomó el ascensor y giró a la derecha y sí, allí estaba Pediatría. Se notaba porque la enfermera jefa llevaba una bata estampada con payasos y racimos de globos.
-Estoy buscando a la doctora Lander -le dijo. La enfermera negó con la cabeza.
-La llamamos antes, pero no ha aparecido todavía. "Mierda."
-¿Pero va a venir?
-Aja. -Una voz sonó al fondo del pasillo, y una criatura con una bata de cuadros rojos, descalza, apareció en la puerta de una de las habitaciones. El... ¿niño? ¿La niña? No podía asegurarlo. Parecía tener unos nueve años. ¿El? ¿Ella? Tenía el pelo corto y rubio oscuro, y llegaba una bata de hospital debajo de la bata de cuadros. Un niño. Las niñas llevaban batas rosa de Barbie, ¿no?
Decidió no arriesgarse.
-Hola -dijo, acercándose-. ¿Cómo te llamas?
-Maisie -respondió la niña-. ¿Quién es usted?
-Soy el doctor Wright. ¿Conoces a la doctora Lander? Maisie asintió.
-Va a venir a verme hoy.
"Bien -pensó Richard-. Me quedaré aquí hasta que venga."
-Viene a verme cada vez que estoy ingresada -dijo Maisie-. A las dos nos interesan los desastres.
-¿Desastres?
-Como el Hindenburg. ¿Sabía que había un perro? No se murió. Saltó.
-¿De veras? -dijo él.
-Está en mi libro. Se llamaba Ulla.
-Maisie -dijo una enfermera, no la que estaba en el puesto. Se acercó a la puerta-. No puedes estar levantada.
-El me ha preguntado dónde estaba Joanna -replicó Maisie, señalando a Richard.
-¿Joanna Lander? -dijo la enfermera-. No ha estado por aquí hoy. ¿Y dónde están tus zapatillas? -le preguntó a Maisie-. Venga, A la cama -ordenó, pero sin acritud-. Ahora.
-¿Pero puedo seguir hablando con él, enfermera Barbara?
-Un ratito -dijo Barbara, mientras llevaba a Maisie a la cama y la ayudaba a acostarse. Acomodó la cama-. Quiero que descanses.
-Tal vez yo debería... -empezó a decir Richard.
-¿Qué es un alsaciano? -preguntó Maisie.
[...]
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