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COMENTARIOS APARECIDOS SOBRE ESTE VOLUMEN
(Comentario de Albert Solé publicado en el volumen Gigamesh 4. Derechos de autor 1995, José Luis González)
Una de las opiniones predominantes que se han ido adhiriendo a William Gibson en nuestro país es -aparte de la altamente famosa y memorable de que es un sinvergüenza que osa escribir novelas sobre ordenadores, ciberpaisajes y demás sin saber ni papa de informática, una formulación crítico/teórica ante la que es forzoso quitarse el sombrero y la tapa craneana a poco que se piense en la catadura intelectual necesaria para formular tal equivalente fandomístico al temido Huevo de Colón- la de que sus novelas son siempre "más de lo mismo", y que padecen de un mimetismo argumental rayano en la clonación por el que cada nueva propuesta es una reedición un poco más complicada y/o adornada de la anterior. Es posible, aunque yo no la comparta porque 1) Neuromante, Conde Cero y Mona Lisa Acelerada me parecen no tanto la misma novela disfrazada por tres veces sino un trashumar del mismo nódulo argumental (el descubrimiento de que el mundo no es lo que se creía, y el establecimiento de una nueva relación con la verdad desvelada que trae consigo un reajuste en la vida de quien goza/padece tal epifanía) de una gama de personajes a otra para mejor reexaminar la auténtica preocupación central del corpus gibsoniano, y 2) porque no existe ninguna prohibición olímpica contra el hacer siempre la misma película, obra de teatro, novela o botijo de cerámica de Talavera a condición de que ese "lo mismo" se inscriba en una auténtica lucha por alcanzar la perfección platónica inalcanzable a la que debe aspirar todo verdadero proceso de creación.
Después de este largo proemio, que tal vez imponga el dar las gracias a quienes sigan aquí, es forzoso confesar que Luz virtual se constituye en una potente arma para quienes acusaban a Gibson de repetirse y, lo que es peor, que añade a esa tachadura lo que -y aun siendo consciente de lo arriesgado que resulta siempre tratar de imputar/atribuir motivaciones o estados de ánimo a un autor- parece una evidente desgana y escaso entusiasmo hacia la historia que se está contando. Todos los meandros de la peripecia que aproxima y acaba uniendo a Berry, ex poli de alquiler, y a Chevette, bicimensajera, es tan previsible como reciclable: Chevette entrega un mensaje en una fiesta prototópicamente de "ricos asqueroso", y sucumbe a un impulso entre juguetón y reivindicativo que da como resultado el que robe unas gafas de luz Virtual a un gilipollas (sic), con el lógico resultado de que se vea perseguida por las fuerzas del vidrioso orden financiero-policial del año 2005. Estamos en territorio familiar, desde luego, pero el grave problema de Luz virtual es que esa terra cognita ya no es ni siquiera la del ciberpunk que empezaba a resultarnos sobado, sino la del culebrón televisivo "a la última" que ha engullido la nueva moda y se limita a excretarla por su miríada de agujeros emisores convertida en una oferta tan nefanda como Palmeras salvajes. La aplicación de ese cristal decodificador es, por desgracia, altamente productiva y explica todos los chirridos y estáticas que empañan la nitidez de un discurso que aspiraba a ser relativamente trabajado: la lógica del serial y el imperativo del guión justifican que un par de ceros a la izquierda consigan salir bien librados del acoso de la maquinaria represiva, gracias a una improbable maquinación urdida con una pandilla de hackers aquejados de retención narcisista en fase terminal -conocida como la República del Deseo- porque, faltaría más, nuestros dos ceros son el chico y la chica y deben salvarse, enamorarse y dar su merecido a los actantes perversos.
El viaje a ninguna parte que es Luz virtual ofrece algunos momentos simpáticos y su pequeña cuota de mobiliario funcional y bien diseñado, aunque incluso lo que podría ser una virtud tenga algunas facetas negativas cuando la brillantez afanosamente buscada por Gibson interfiere con el mero seguimiento de la ficción (oh, qué molesto puede ser tener que estar pensando cinco minutos para entender a Gibson cuando describe a un tipo en mala forma física diciendo que necesitaría una válvula de cerdo después de subir una cuesta). En otros momentos el universo lumínico virtual se limita a mostrar los forros y los descosidos, como cuando Gibson atribuye a Barcelona la fabricación de un modelo de coche eléctrico al que bautiza con una vascofonía tan improbable cual es Montxo (?) en vez de, como sería lógico y adecuado, Jordi. Todo termina en la felicidad del bien triunfante y, como corresponde a nuestra era de pequeñas victorias y predominio del oropel, Gibson clausura el recorrido con un broche de purpurina: nuestro chico y nuestra chica han derrotado a la represión y a un diabólico complot inmobiliario para reconstruir la ciudad y, de propina, se van a convertir en nuevas (y es de presumir que fugaces) estrellas televisivas de la serie de más éxito del momento. Así terminan Gibson, las aventuras ciberpunk y Luz virtual no con un estallido o siquiera con un gemido, sino con la sintonía del próximo episodio...
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