COMENTARIOS APARECIDOS SOBRE ESTE VOLUMEN

(Comentario de Adolfina García publicado en el volumen Gigamesh 8, ediciones Alejo Cuervo, colección Gigamesh, número 8, edición de 1997. Derechos de autor 1997, Gigamesh)

Todo lo contrario me ha parecido lo último de Greg Bear, Legado, un sorprendente "viaje iniciático por los duros senderos de la vida, el amor, la guerra y el conocimiento científico" (según pone en la contraportada: suena bien ¿eh?) que resulta ser en realidad una historia aplastantemente tediosa en su mayor parte, con algún que otro capítulo entretenidillo, o medianamente ingenioso, que despierta al lector justamente cuando estaba a punto de quedarse frito.
El meollo de la cuestión es que a un joven del asteroide de Thistledown, Olmy, se le encomienda la misión de ir a Lamarckia, un planeta aparentemente similar a la Tierra al que emigró ilegalmente un grupo de divaricatos -enemigos de la tecnología- y averiguar, una vez allí, todo lo posible acerca del lugar y de la secta tecnófoba. El tal Olmy llegará así a un planeta que no sólo tiene conciencia propia, sino que además posee la capacidad de crear unos "vástagos" exploradores que le pasan información acerca de todo aquello que perciben en el exterior. Allí, el thistledowniano se verá inmerso en las guerras que se producen entre las dos facciones políticas en que se ha dividido la sociedad divaricata.
Al margen de los pormenores políticos de los divaricatos, que me cuesta creer que puedan interesar realmente a alguien, hay que reconocer que, inicialmente, la idea del planeta de Lamarckia no deja de parecer sugerente (aunque la ocurrencia de un planeta con vida propia tampoco es tan novedosa y revolucionaria como parece que Bear nos quiere vender). Pero a medida que el libro avanza, el asunto va resultando cada vez menos sugerente, los ecosistemas parecen ir haciéndose menos fascinantes, los lamarckianos -tanto los brionistas como los seguidores del Buen Lenk- van cayendo progresivamente más gordos.
Pero el mayor problema es Olmy, el protagonista. Para empezar, y ya desde el principio de la novela, Olmy parece no reaccionar del todo adecuadamente a los estímulos externos, por alguna misteriosa razón (¿tendrá el "pause" puesto?, ¿habrá sido tratado por el doctor Herbert West?) que al lector se le escapa. Olmy es un personaje artificial, sin vida, sin gancho; y lo peor es que no desentona del todo en la novela, porque el resto de los que aparecen en Legado están más o menos en consonancia con la anodinia del amigo Olmy, exceptuando tal vez al atormentado (puede que excesivamente atormentado) líder Brion.