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COMENTARIOS APARECIDOS SOBRE ESTE VOLUMEN
(Comentario de Xavier Riesco Riquelme publicado en el volumen Bem 51, ediciones Interface, colección Bem, número 51, edición de 1996. Derechos de autor 1996, Xavier Riesco Riquelme)
Aunque el precedente más claro y evidente de esta novela sea el Dune de Frank Herbert, tanto temática como estructuralmente, Rito de cortejo es una novela con muchos méritos propios. Al igual que Dune, presenta una historia centrada en la supervivencia en un ambiente hostil (la falta de agua en Dune, la falta de proteína en Geta) que conduce a parecidos escenarios marvinharrisianos de adecuación de la cultura y religión al medio (como la conocida teoría de porqué las vacas sagradas en la India son sagradas, que aquí se convierte en una teoría de porqué se practica activamente una política de eugenesia y canibalismo). Sin embargo, Rito de cortejo no es una exploración de camino al poder o al misticismo setentero como era Dune. Rito de cortejo parece ser más una novela sobre las posibilidades de a) romper los límites establecidos culturalmente, b) establecer sistemas sociales más justos y c) el valor de las decisiones personales frente a la determinación impuesta por los mecanismos culturales. Es en suma una novela sobre las soluciones a los problemas. En Rito de cortejo están, desde luego, presentes los elementos básicos de Dune: religión -la superestructura de carácter indefinido que mantiene coaligada a las subculturas (clanes) humanas de Geta (muy diferencias genotípica y fenotípicamente), la posibilidad de predecir el futuro -que no recibe otro valor que el de una ventaja política secundaria: por muy duras que sean las predicciones de Kaiel, es el presente lo que cuenta y el futuro es una cuestión de buena voluntad en vez de determinismo histórico, y por último el ya mencionado del problema de la (escasa) proteína animal.
La mejor prueba de la inteligencia de Kingsbury al escribir este libro son los juegos que establece con el lector. El lector, desde su posición favorecida de observador externo y de habitante de la galaxia, como demuestra la broma final en la dedicatoria en la cual el autor no se disocia debidamente del universo ficticio, como sería de esperar, e incluye por tanto al lector en ella, se halla en posesión de ciertos datos que los personajes no poseen: es evidente que los getanos son colonos de algún tipo traídos en una nave-semilla, es evidente que el dios que reverencian y que ellos ven en el cielo es esa misma nave espacial y también es evidente que la imposibilidad de comprender el legado de ese dios es un problema de idioma y que la herejía Aran era cierta, pero son los personajes lo que responden a las necesidades de variadas formas, a la vez erróneas y acertadas. Así Oelita la hereje (y atea, estos términos no son excluyentes en la cultura getana) llega a formular una teoría de la evolución para todas las formas de vida (acertada para el lector) que le sirve para afirmar el parentesco entre los insectos getanos y los seres humanos (falsa para el lector desde el primer momento por lo que éste sabe), y así el creyente Gaet rebate como buen biólogo la teoría de Oelita en base a la diferencia genética existente entre la fauna gaetana y la carne sagrada (los humanos y sus ocho variedades de plantas comestibles). Y esto conduce a que más tarde cambien sus papeles de creyente y ateo también de forma justificada, desde sus puntos de vista no-excluyentes. Dios es un problema de códigos lingüisticos y el origen de la presencia humana en Geta es un problema de código genético.
Así se presenta el problema de las elecciones humanas a partir de datos oscuros, incompletos o incluso erróneos. En otros niveles el universo ficcional de la novela puede ser acusado de carecer de coherencia en algunos niveles, como por ejemplo la relación entre ciencia (los getanos son excelentes biólogos) y tecnología (la revolución industrial llega con la invención de la bicicleta), por tanto ¿cómo pueden ser unos genetistas tan hábiles si no disponen de una tecnología a su altura? Esta pregunta carece de respuesta, pero es necesario que exista ese desfase para que el resto de las reglas internas de la narración funcionen tan bien como lo hacen. Una vez sentada la maquinaria base de la narración son las respuestas de los protagonistas a los problemas (el destino de los Kaiel para el matrimonio de cinco miembros Haram, cada una de las pruebas del Rito Mortal al que somete Gaet a Oelita a lo largo de la novela, la decisión de humildad de inclinar la balanza política en favor de una lado u otro... etc.) lo que determina el curso de la novela. Esta preocupación por las reglas es también una pregunta presente en la novela en la forma del Kol, el juego que se asemeja o parodia la estructura política de Geta. La regla más importante de ese juego, que eso se refleja a la hora de tomar decisiones, es saber cuando romper las reglas.
(Comentario de Héctor Ramos publicado en el volumen Gigamesh 8, ediciones Alejo Cuervo, colección Gigamesh, número 8, edición de 1997. Derechos de autor 1997, Gigamesh)
Y acabamos esta accidental trilogía de la muerte con el libro que trata el tema de la manera más especulativa culturalmente hablando, que es la forma más apegada a la ciencia ficción antropológica -baste hacer mención de El nombre de mundo es bosque, de U. K. LeGuin, o una parte de Recuerdo todos mis pecados, de J. Haldeman-: Rito de cortejo, de Donald Kingsbury, finalista del premio Hugo de 1982.
En un planeta estéril, las diferentes divisiones de los humanos en tribus pueblan una tierra que no les da lo suficiente para alimentarse. La pugna por el alimento se convierte en un deseo de dominación sobre los demás. Los cadáveres se utilizan como comida, en complejos rituales a los que asiste toda la sociedad. La tribu del quinteto protagonista, los Kaiel, pugna por unificar toda Geta bajo su mandato, empezando por gobernar adecuadamente el distrito que se les ha encomendado. En medio de este ambiente de confrontación, una mujer, Oelita, predica una ideología de amor y respeto a las demás vidas, lo que le valdrá las reticencias de sectores amplios de Geta. Al mismo tiempo, se prepara una acción por parte de una tribu enemiga, los Mnankrei, para dominar a los Stgal.
La compleja sociedad descrita en Rito de cortejo es lo más apetecible del libro. Los rituales de desafío, el juego-realidad del kol, el grado de kalothi -o puntos vitales de un individuo, que dan una idea de su poder o del tiempo que le queda de vida-, los usos de los cadáveres en una sociedad que los desea para fortalecerse: son detalles de auténtica maestría en la construcción novelística. Pero tanta carga de sabiduría entorpece la marcha de la novela. Hay largos momentos en que el lector pierde cuenta de la relación entre lugares, personajes y objetivos. Las confrontaciones entre rivales llevan mucho tiempo sin ser reales, limitándose a complejas maquinaciones más propias de la literatura política que de libros de ficción. Si bien la información está dosificada para que parezca nueva, el armazón cultural no es bastante para sostener la trama hasta el final.
Un dato curioso: la elaboración ha sido tan cuidada, que casi la mejor parte del libro son las maravillosas introducciones a los capítulos, de los que se pueden sacar perlas como ésta: "Si un hombre dice ramera y otro escucha ladera, ¿de qué les sirve? Por más elocuente que sea, el habla no es comunicación. [y sigue]" (pág. 57).
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