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COMENTARIOS APARECIDOS SOBRE ESTE VOLUMEN
(Comentario de Pedro Jorge Romero publicado en el volumen Bem 48, ediciones Interface, colección Bem, número 48, edición de 1996. Derechos de autor 1996, Pedro Jorge Romero)
Este libro, por su propia naturaleza, es un libro que tiende a dividir a sus lectores. Para algunos, las novelas de la serie Vorkosigan son basura y poco menos deberían estar prohibidas. Para otros, son grandes libros de obligada y divertida lectura, y su autora uno de los grandes valores de los 90. Vamos, posiciones apocalípticas e integradas ante la ciencia ficción. Discusiones estas, que no sólo se dan en España.
¿Y la realidad?
Bien, mi contacto con la saga de Miles Vorkosigan hasta el momento ha sido de oyente. He leído y oído sobre los libros, y no me llamaban especialmente la atención. Sabía que se trataba de una serie de space opera, más o menos convencional, con un héroe deforme que tenía que superar sus propias limitaciones físicas para ganar al final. La lectura de Danza de espejos ha sido, por tanto, mi primera aproximación a uno de estos textos.
El protagonista central de esta novela no es Miles Vorkosigan, sino su hermano clon Mark. Mark, que fue fabricado y deformado artificialmente para sustituir a Miles y matar a su padre como venganza (parece que esa es la trama de Brothers in Arms), va ahora por libre y decide suplantar a Miles en su personalidad de Almirante Naismith. Con su flota de mercenarios piensa atacar el laboratorio donde le crearon y liberar a los otros clones, demostrando así que Miles no es el único de la familia capaz de ser un héroe. El plan fracasa y Miles debe acudir a ayudar a un hermano que sólo conoce como posible asesino. Pero las cosas salen aún peor; Miles es herido de muerte, su cuerpo congelado y perdido por sus soldados.
Y aquí la novela da un giro. Mark de pronto se encuentra convertido en Lord Mark Vorkosigan, heredero al título y colocado en la línea sucesoria del Emperador. De pronto, es todo lo que Miles era, y no acaba de gustarle el asunto. Mientras tanto, el servicio secreto de Barrayar anda como loco intentado descubrir donde está la cápsula con el cuerpo de Miles.
Este es un resumen apresurado del arranque de la novela. A partir de aquí la acción se centra en un Mark que intenta, por un lado, entender la sociedad de Barrayar, y por otro, demostrar que él es un individuo independiente de Miles.
A pesar de sus más de 500 páginas la novela se lee, como era de esperar, de un tirón. Pero no sólo porque se trate de una buena novela de aventuras (hay largas secciones donde realmente no pasa demasiado), sino porque da la impresión de que a Lois McMaster Bujold le interesa sinceramente el destino de Mark y ese interés es el que hace que el lector siga pasando páginas. Mark es el verdadero motor de la historia: con sus contradicciones, temores y deseos. En suma, un buen personaje.
Y la novela es también inteligente y está llena de ironías. Me gustó mucho que una de las primeras cosas que hace Miles nada más aparecer sea ocuparse de detalles administrativos de su flota. Después de su resurrección (¿alguien realmente esperaba que Miles muriese?) no sabe exactamente cual de tres posibles personas es, casi como las dudas que tenía su hermano. Y cuando Mark finalmente demuestra ser un héroe y capaz de controlar la situación, lo hace utilizando aquellos aspectos de su persona que el consideraba más repugnantes y que más le alejaban de ser Miles.
En resumen, creo que la novela es una aventura espacial sin mayores pretensiones, de calidad y francamente divertida. No lo suficientemente buena como para ganar el Hugo de 1995 (con competidoras como Towing Jehovah de James Morrow o The parable of the sower de Octavia Butler), pero si lo suficientemente buena como para que merezca la pena pasar un rato divertido leyéndola.
Comentario aparte merece la traducción. No es que esté mal, de hecho es muy correcta, pero, como ya es habitual en casi todas las traducciones del inglés, en esta novela los personajes nunca se emocionan o se sorprenden sino se excitan, cuando en español el adjetivo "excitado" tiene mayores connotaciones sexuales que en inglés; uno acaba imaginando a Miles con una enorme erección crónica. Aun así, el momento más delirante se produce cuando en medio de una batalla Miles siente "que tenía el ojo de un toro pintado en la parte superior del casco" (p. 110). Supongo que la palabra "diana" (una posible traducción de bull's eye) era demasiado complicada.
Comentario de David Maciá Alcaide publicado en el volumen Mundo imaginario 9, ediciones Claudio Landete, colección Revista, número 9, edición de 1995. Derechos de autor 1995, David Maciá Alcaide)
Absolutamente magistral. Cuando me la dieron para que lo comentase, miré el número de páginas y pensé: ¡Dios mío, si encima es aburrido, no sé si llegaré a acabarlo! Afortunadamente no fue así. Empecé a leerlo y comprendí por qué había sido galardonado con los premios Hugo y Locus de este año. Ya no pude separarme de él, se creó en mí una especie de adicción enfermiza, lo mismo en mi padre, provocándose algunas que otras luchas campales por el control del libro. Brevemente, para que os hagáis una idea, explicaré de qué trata.
Miles es un Lord Vorkosigan que utiliza el riesgo y la aventura que le proporciona ser líder de un grupo de mercenarios, los Dendarii, como vía de escape para no volverse loco con un pueblo que no quiere un enano deforme como él de futuro soberano; dos caras de una moneda. ¿He dicho una? Perdón, son dos monedas, ya que existe un hermano clon, Mark. Ya en su infancia, lo entrenaron para asesinar a su padre genético, el actual primer ministro, haciéndose pasar por Miles. Para conseguirlo lo torturaron tanto física como psicológicamente. Pero cuando el siniestro complot fracasó y Mark se libró de sus tutores-opresores se encontró, por primera vez en su vida, sin ningún objetivo y con un acentuado complejo de inferioridad y envidia hacia su hermano. Por eso creo que Mark es el personaje más interesante, ya que experimenta una evolución. Al igual que un diamante en bruto, se va puliendo a lo largo de la novela para mostramos que, a pesar de sus numerosos problemas, es mucho más de lo que aparenta.
El primero de estos problemas toma la forma de Jacksons Whole, una especie de barrios bajos galáctico donde Mark, otra vez haciéndose pasar por Miles, se dirige con toda la buena intención para rescatar a un grupo de clones como él de un horroroso destino. Desgraciadamente, Mark no es un militar como su hermano, y la operación se convierte en un fiasco. Tienen suerte de salir con vida de ahí gracias a la oportuna intervención del auténtico Miles y otro escuadrón de Dendariis. Pero con las prisas por salvarlos se dejan algo, mejor dicho a alguien, que se extraviará. A partir de este "pequeño" problema, la aventura, la tensión y el humor se suceden sin tregua. Resalto el humor no porque sea lo más importante, sino porque es una de las pocas historias que te hacen reír (no sonreír) en más de una ocasión. Además McMaster consigue una buena caracterización, tanto de los personajes principales, como de los nada desdeñables secundarios.
En resumen Danza de espejos es una excelente space opera que os encantará desde el principio hasta el final y que os dejará esa dulce y extraña sensación que sucede en las mejores historias cuando, al leer la última página, uno aterriza bruscamente en el mundo real.
(Comentario de Julián Díez publicado en el volumen Gigamesh 6, ediciones Alejo Cuervo, colección Revista, número 6, edición de 1996. Derechos de autor 1996, Gigamesh)
Porque lo que se estila es Vor. Vor a todas horas, Vores ganando tres Hugos en lo que va de década, Vores escritos como churros por Lois McMaster Bujold y consumidos con satisfacción por un público cada vez más ciego, que parte de la base de que la cf media son las infectas novelas de Star Trek y que, por tanto, encuentran en la mínima originalidad de las historias de Miles Vorkosigan un refugio para su estulticia.
Acabo de leer Danza de espejos, la última aventura de Miles Vorkosigan, y es más de lo mismo. Páginas y páginas de naderías sólo un palmo por encima de la clasificación de "basura". En su momento, tuve que tragarme todas las novelas precedentes de la serie (¿saben que "vor", en ruso, se pronuncia igual que "ladrón"?) porque en el periódico en el que trabajo alguien le comió el tarro al responsable de la sección de libros de que eso era, puff, lo más y tenía un montón de premios. Tras tragarme casi todos (terminar Barrayar fue imposible), pedí que me permitieran pasar de poner a parir el género al que amo.
¿Por qué me he dispuesto, entonces, a leer quinientas páginas de un nuevo Vor? Por dos razones: no es costoso (puede hacerse con el cerebro desconectado) y quería responder a la apreciación de Miquel Barceló en la introducción. No sé si hay algún crítico que en privado disfrute con McMaster Bujold, pero sí puedo asegurar que no soy yo.
En cuanto a las razones por las que este tipo de novelas obtienen tanto éxito popular, se ven bien plasmadas en esta nueva Danza de espejos. Para empezar, y como explicaba más arriba, no es necesario el empleo de la inteligencia para su completo disfrute: bastan los ojos para leer y los dedos para pasar las páginas.
Pero, sobre todo, la fuerza de la serie Vor, que no tiene una ambientación interesante, ni argumentos especialmente originales, está en el personaje de Miles Vorkosigan; nacido de alto linaje, pero que se ha visto castigada por un cuerpo disminuido. Eso sí, con características como la pequeñez o la cojera que son, por lo general, recibidas con simpatía por nuestra sociedad.
El mecanismo que pone en marcha Bujold es muy evidente para cualquiera que se moleste en analizarlo: la identificación. El lector medio de ciencia ficción comparte el dualismo entre complejo de inferioridad (física) y complejo de superioridad (intelectual) que es la marca de fábrica de Miles. En las raras ocasiones en las que el personaje vive problemas reales, como cuando en "Laberinto" se pone de manifiesto que está hecho polvo porque tiene ya sus añitos y no la ha puesto nunca en caliente, Bujold sabe que está apelando a conflictos que realmente afectan a buena parte de sus lectores. Sólo que su actitud es cobarde: en lugar de enfrentar a su receptor con el problema para que encuentre sus propias soluciones, sublima el conflicto al convertirlo en anécdota y darle una solución presuntamente chistosa con la que olvidarlo.
La fuerza de Miles es tanta, que incluso cuando no es protagonista, como en Barrayar, su sola sombra sirve para justificar una novela incondicionalmente mala. Y, como reto final, en esta Danza de espejos Bujold no ha encontrado enemigo peor con el que enfrentarle que una copia de sí mismo, que en ocasiones aporta los únicos puntos de interés de la novela al burlarse, tibiamente, del propio Miles. Sin embargo, la novela vuelve a ser tópica (el universo de Bujold es tan poco complejo que asusta) y su desenvoltura, manipuladora. Pero no me dan ninguna pena los que son capaces de sentirse satisfechos y dejarse arrastrar por este Miles; quede para ellos por siempre el ghetto, la felicidad de saber que son superiores porque leen algo divertidísimo que nadie conoce... y más vale que siga así, porque si alguien de fuera lo conociera, podría poner esos libros en manos de un psicoanalista con resultados que serían funestos.
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