COMENTARIOS APARECIDOS SOBRE ESTE VOLUMEN

(Comentario de Eduardo García Lorente publicado en el volumen Bem 48, ediciones Interface, colección Bem, número 48, edición de 1996. Derechos de autor 1996, Eduardo García Lorente)
En ocasiones uno siente que Orson Scott Card es un señor serio, en ocasiones demasiado serio. Incluso en los momentos en que podría practicar algo el humor, sus personajes se muestran solemnes, casi incapaces de disfrutar. De la serie de Ender, el único que parecía capaz de tener una aproximación más jocosa a la vida era Peter y su resurrección en Ender, el xenocida era uno de los grandes aciertos de la novela.
Por esa razón, lo primero que se nota al emprender la lectura de Lovelock (inicio de una nueva trilogía, se nos advierte) es el desparpajo con el que se expresa el protagonista/narrador de la historia. Cada situación merece su comentario irónico, ningún otro personaje escapa a una descripción poco favorable y cuando reflexiona, lo hace sacando sangre. O al menos, sacaría sangre si pudiese hablar, ya que se trata de un mono capuchino aumentando para que sirva de testigo, grabando cada momento de su vida, a la famosa gaíologa Carol Jeanne Cocciolone. Supongo que historias contadas por animales hay muchas, pero estoy seguro de que ninguno de esos animales ha tenido la gracia del pobre Lovelock.
Y digo pobre, porque Lovelock es un esclavo, al que le han aumentado la inteligencia, le han privado del placer del sexo y le han obligado a servir a un humano. Y él lo sabe, y se resiste, y la historia de esa resistencia es la historia de la novela.
Toda la familia a la que pertenece Lovelock embarca en una nave espacial con destino a la colonización de un planeta extrasolar. Las luchas de poder dentro de la familia, sus conflictos, le permiten a Lovelock reflexionar sobre su papel ante los humanos. Poco a poco, va comprendiendo que para casi todos los humanos él no es sino un animalillo, gracioso en el mejor de los caso y desagradable en el peor. El que narra es el Lovelock del final de la novela, concienciado y dispuesto a buscar la libertad, y no ahorra críticas a su propio comportamiento al comienzo.
Creo que es interesante comparar a este personaje con Ender. Ender era también en cierta forma un esclavo al que fuerzas superiores a él dirigían y controlaban. Cuando Ender comete su pecado lo hace sin saberlo y luego debe encontrar la forma de vivir con ello (y la única solución que se le ocurre al pobre es montar una religión). Pero el personaje de Lovelock es más complejo. Si bien está controlado y condicionado, es libre en su pensamiento. De esa forma, cuando planea y actúa lo hace siendo consciente de sus actos. A él no le ha engañado nadie.
Porque este personaje es terriblemente ambiguo, y ahí está la gracia del asunto. Cuando decide ser libre reflexiona: "la esclavitud cambia a una persona, y no es fácil decidir ser libre, aunque esté al alcance de tu mano". Y cuando finalmente descubre que la libertad implica también la responsabilidad comprende que para sobrevivir debía "convertirme en lo que más odio: una criatura inteligente que siente que tiene el derecho de hacer lo que quiera a una criatura a la que considera una bestia". Esa precisamente es la paradoja salvaje de la novela: el esclavo para alcanzar la libertad debe a su vez convertirse en un esclavista.
Es éste uno de los mejores personajes de Orson Scott Card y Lovelock, una de sus novelas más serias y complejas, y a la vez una de sus novelas más divertidas. ¿Será casualidad que esté escrita en colaboración Kathryn H. Kidd? ¿Será cierto que esa autora ha introducido elementos nuevos, enriqueciendo así la obra de Card? Quedan dos volúmenes más; si son tan buenos como este, saldremos de dudas y la espera habrá valido la pena.

(Comentario de Héctor Ramos publicado en el volumen Gigamesh 6, ediciones Alejo Cuervo, colección Gigamesh, número 6, edición de 1995. Derechos de autor 1995, Gigamesh)
Card y Kidd también tratan el tema de la inteligencia artificial en el sentido de capacidad creada por el hombre, pero con una óptica más original que reducirla a un soporte informático. Lovelock es un mono capuchino cuyas aptitudes cerebrales han sido modificadas por el hombre para cumplir la importante misión de registrar todos los momentos de la vida de Carol Jeanne Cocciolone, una famosa científica que se embarca con sus dos hijas, su marido y los padres de éste en la primera macronave espacial colonizadora de la historia. La función de Lovelock es reconocida con el nombre de "testigo", y posee incluso una poderosa cobertura legal. Pero lo que precisamente da sustancia a la novela es la apertura de la personalidad de Lovelock a diversos aspectos de un individuo consciente de serlo. No es tan fuerte el anhelo de parecerse a los humanos como en otros ejemplos de la cf sobre el tema; Lovelock presencia no sólo los actos de Carol Jeanne, sino también el comportamiento humano en el interior de una comunidad (tan cuidadosamente diseñada para implantarse en otro planeta como ridícula en sus convicciones internas). Su posición privilegiada le permite hacer comentarios sobre las contradicciones del ser humano, en un tono a menudo despectivo, pero oscurecido por la justificada envidia de ser el único integrante de una raza limitada a las funciones de un aparato electrodoméstico.
Encuentro dos puntos divertidos en Lovelock. El primero tiene una explicación formal. La narración en primera persona no tiene a su cargo otro personaje que nuestro amigo el mono. Dado que no le ha sido otorgada la facultad del habla, pero sí una inteligencia superior a la del ser humano, sus observaciones son las de un espía infiltrado en la sociedad humana por los propios hombres y protegido por sus propias leyes. El disfrute viene de contrastar la libertad con que Lovelock opina de sus amos, lo profundamente que los conoce, y lo ajenos que están ellos de pensar que es un testigo incómodo sólo porque no puede hablar y no le prestan atención dos veces seguidas. El segundo punto se basa en la sorpresa de encontrarnos todo un despliegue de antihéroes que apurarán sus intervenciones para demostrarnos lo imperfectos que son. Y la explicación se encuentra en el color del cristal, que es de color pelo de mono: la vanidad natural de los seres más inteligentes que la media se manifiesta en Lovelock con una impaciente animadversión hacia personas concretas, y como es él quien nos las describe, no vemos más que el esperpento de algunas.
La colaboración entre estos dos autores, según nos hacen saber tanto Miquel Barceló como Orson Scott Card al principio del libro, dista de ser la sumisión comercial de un obrero de las letras a un constructor de novelas en periodo de descanso. La amistad que los unía y el mutuo conocimiento de sus obras certifica la honradez con que se ha distribuido la participación de cada uno. Si bien desconozco el trabajo anterior de Kathryn Kidd por razones evidentes, sí puedo apreciar que el resultado final aporta variaciones de estilo (una mayor eficacia en la resolución de frases) y de actitud (ironía frecuente y desacreditación universal de tópicos). Sin embargo, aun reconociendo la contribución de Kidd, esas novedades no deben atribuirse a ella, sino al resultado de la suma de las partes, como en toda auténtica simbiosis de autores.
Lovelock es una novela con una magnífica evolución interna, la del capuchino protagonista, que relata sus dudas y deseos como persona. La fina observación de la naturaleza humana nos hace sonrojar con comentarios como este:
"Los cristianos dicen cualquier tontería y si sostienen que está en la Biblia, todo el mundo asiente sabiamente y acepta hasta la última palabra. Es porque nadie lee el libro. Creen en él, pero ni lo estudian ni lo leen." (pág. 85)
Y no olvidemos el humor de las críticas de Lovelock, como la dirigida a la semejanza entre Dolores y sus hijos:
"Era impensable que el padre de los niños pudiera haber contribuido a su fealdad. En el proceso reproductor de aquella mujer no se hubiesen atrevido a intervenir los genes de nadie." (pág. 91)
En ocasiones, la fuerte personalidad de Lovelock se tiñe de la cómica egolatría asimoviana. Otras, sin embargo, abriga sentimientos de rebelión contra la especie que lo ha condicionado a obedecer, como única defensa ante la inseguridad sobre su propia iniciativa. Este debate interno es de lo más interesante del libro; ayuda a crear una novela emotivamente indagadora en los impulsos personales, completa, fascinante y entretenida.