(Fragmento de Huevo del dragón, novela de Robert L. Forward. Derechos de autor 1980, Robert L. Forward)
Buu permanecía tendido en su nido, ubicado en un frondoso árbol, y miraba las estrellas sobre el fondo negro del cielo. El peludo y joven humanoide debería estar dormido, pero su curiosidad le mantenía despierto. Medio millón de años después, en el futuro, esta chispa de curiosidad podría dirigir su pensamiento hacia el universo para explorar los misterios matemáticos de la relatividad. Ahora... Buu seguía contemplando el brillo de las estrellas sobre él. Asustado, y a la vez fascinado, vigiló el creciente punto de intensa luz hasta que desapareció detrás de una tupida rama de árbol. Podría observarlo otra vez si se desplazaba hasta el claro cercano. Descendió de su nido... para caer en los dominios de Kaa. Kaa no disfrutó de su captura por mucho tiempo. Para él, las cosas eran difíciles en un mundo con dos soles. EI nuevo sol era pequeño y blanco; en cambio, el otro era grande y amarillo. El nuevo sol describía círculos constantes allá en lo alto. No se ponía nunca, y Kaa ya no podía cazar a oscuras. Kaa murió, como los otros depredadores que no pudieron cambiar sus hábitos a tiempo. Durante un año, la nueva luz relumbró desde arriba, quemando el cielo. Luego, poco a poco fue apagándose, hasta que al cabo de unos años volvió a existir la noche en el hemisferio norte de la Tierra. A cincuenta años luz del sistema solar, existió en un tiempo un sistema binario de estrellas. Una de ellas estaba en su fase normal blanco-amarilla pero la otra se había hinchado hasta convertirse en una roja gigante, tragándose los planetas que la circundaban. El combustible nuclear de la roja gigante se acabó cincuenta años antes de que la curiosidad de Buu precipitara su fin. Al extinguirse la reacción de fusión, la estrella ya no dispuso de la energía necesaria para contrarrestar su propia gravitación, y se colapsó. Bajo la tremenda presión, la materia que iba cayendo en el centro se hizo más densa, hasta que prácticamente se convirtió en neutrones. Éstos se fueron apretando cada vez más hasta quedar empaquetados radio con radio. Bajo estas condiciones de aglomeración, las poderosas fuerzas nucleares de repulsión consiguieron por fin resistir la presión gravitatoria. La afluencia de materia hacia el interior cambió de sentido, y el movimiento centrífugo se tradujo en una onda de choque incandescente dirigida hacia la capa exterior de la gigante roja. En la superficie, la onda de choque barrió las capas externas de la estrella, en una explosión que liberó más energía en una hora que la que había emitido en el último millón de años. Debajo de la nube en expansión formada por plasma abrasador, el núcleo de la gigante roja se transformó. Lo que antes había sido una gran bola roja -200 veces mayor que nuestro Sol, y que giraba lentamente-, se convirtió en una esfera de 20 km. de diámetro, pequeña y caliente, formada por neutrones ultradensos y que giraba a más de 1.000 revoluciones por segundo. El campo magnético original de la estrella había quedado atrapado en la nube de polvo estelar que se colapsaba y tenía una elevada conductividad. Al igual que las manchas solares de la estrella original, el campo magnético no se hallaba alineado con el eje de giro de la estrella de neutrones, sino que formaba con él un ángulo singular. Uno de los polos magnéticos estaba muy concentrado y algo por encima del ecuador. El otro (en realidad una agrupación de polos) se encontraba en el lado opuesto de la estrella. Una porción de su compleja distribución estaba por debajo del ecuador, pero la mayor parte se hallaba en el hemisferio norte. Los fortísimos campos magnéticos, de casi un billón de gauss, emanados por los polos de la estrella, afectaron los residuos incandescentes de la explosión de la supernova. Movidos por la rápida rotación de la ultradensa esfera, los campos magnéticos repelieron las masivas nubes de iones como si fueran gotas centelleantes. Del mismo modo que una rueda de fuegos artificiales sin control, la estrella de neutrones aceleró su marcha hacia el sur, directamente hacia el Sol, su vecino más próximo, dejando tras sí una estela brillante. Después de un corto espacio de tiempo, la densidad del plasma decreció y desapareció el efecto cohete, pero para entonces la estrella ya había adquirido una respetable velocidad de treinta kilómetros por segundo, es decir: un año luz cada 10.000 años terrestres. Un pequeño vagabundo que se paseaba por los campos de estrellas de la galaxia. Mientras la estrella de neutrones seguía su camino por el espacio, su campo gravitatorio atraía y capturaba partículas y residuos, haciéndolos caer hacia su centro. Cuando el material interestelar se acercaba a unos pocos miles de kilómetros de la bola de veinte kilómetros de diámetro, se calentaba y era despojado de sus electrones debido a la intensa gravedad y a los campos magnéticos giratorios. El plasma ionizado caía entonces en forma de goterones alargados hacia la estrella, con una velocidad que alcanzaba el 39% de la velocidad de la luz al golpear la corteza en las regiones del este y del oeste, donde estaban los polos magnéticos. La corteza así bombardeada reaccionaba con ráfagas de partículas cargadas que salían disparadas hacia el espacio, ganando velocidad y emitiendo pulsaciones de energía radiante al ser repelidas por las líneas del campo magnético giratorio. Dilatada por la radiación pulsante y las corrientes de plasma ardiente procedentes de la estrella giratoria, la nube de gas formada en la explosión de la supernova original continuó expandiéndose al uno por ciento de la velocidad de la luz. Después de 5.000 años terrestres, el frente de la onda de choque atravesó el sistema solar. Durante un milenio, los campos magnéticos que escudaban al Sol y a la Tierra fueron amortiguados por la invisible fuerza huracanada de los vientos interestelares. Las vacilantes líneas del campo magnético perdieron su capacidad para impedir el paso hacia la frágil Tierra a las peligrosas partículas de rayos cósmicos. La capa de ozono de la alta atmósfera se colapsó, y las formas de vida que había en la Tierra sufrieron enormes bombardeos de radiaciones que provocaron mutaciones. Cuando por fin acabó la tempestad de los mil años, había aparecido en la Tierra una nueva especie de humanoides casi sin pelo. El modelo era menor, pero los individuos eran listos. Usaban su inteligencia para controlar las cosas de su entorno, en vez de dejar que la naturaleza o aquellos con músculos más fuertes se salieran con la suya. No pasó mucho tiempo antes de que sus descendientes fueran los únicos humanoides que quedaron en el planeta. Viajando a la cómoda marcha de un año luz cada 10.000 años terrestres, la estrella de neutrones se acercaba al sistema solar. Los seres inteligentes que nacieron del invisible bautismo de fuego, medio millón de años atrás, habían progresado hasta el punto de empezar a estudiar los cielos en profundidad. La estrella de neutrones brillaba con un calor blanco candente, pero era demasiado pequeña para ser vista por los ojos humanos. A pesar de ser varias veces más caliente que el Sol, la estrella de neutrones no era una bola de gas incandescente. Al contrario, su campo de gravedad, 67 mil millones de veces mayor que el terrestre, había comprimido su materia hasta formar una bola sólida en el centro, rodeada de una espesa cubierta constituida por núcleos ricos en neutrones, muy compactados, dispuestos a modo de una red cristalina que recubría una parte interior de neutrones líquidos. Con el transcurso del tiempo, la estrella se enfrió y se encogió. La densa corteza se rompió y aparecieron montañas y depresiones en su superficie. La mayoría de las alteraciones de la corteza tenían sólo unos milímetros de altura pero las largas cordilleras montañosas se elevaron hasta casi diez centímetros y asomaban sus cumbres por encima de la atmósfera de vapor de hierro. Las montañas más altas se encontraban en los polos magnéticos, en el este y en el oeste, porque gran parte del material meteórico que caía sobre la estrella era atraído hacia allí par las líneas del campo magnético. La temperatura de la estrella había ido disminuyendo desde su nacimiento. Los núcleos de la corteza cristalina, ricos en neutrones, ahora podían generar compuestos nucleares cada vez más complejos. Puesto que en la formación de los compuestos nucleares entraban en juego las notables fuerzas de interacción nuclear, en vez de las débiles fuerzas electrónicas de atracción molecular operantes en la Tierra, dichos compuestos se formaban a velocidades nucleares y no a velocidades moleculares. Millones de combinaciones químicas nucleares se llevaban a cabo cada microsegundo, en vez de unas pocas, como sucedía en la Tierra. Y por fin, en una crucial trillonésima de segundo, se formó un compuesto nuclear que poseía dos propiedades muy importantes, a saber: era estable y, además, podía realizar una copia de sí mismo. La vida había llegado a la corteza de la estrella de neutrones. Los ojos humanos aún no la habían visto, pero la estrella de neutrones, de un blanco candente, seguía acercándose al sistema solar. Cuando el enfriamiento de la superficie de la estrella alcanzó el estrecho margen de temperaturas más adecuadas para la vida nucleónica, la duplicación de la primitiva molécula nuclear viva se diversificó, y adquirió una mayor complejidad. La disputa por apoderarse de las moléculas simples, que constituían su alimento, se hizo más intensa. Pronto se acabó el providencial maná que cubría la corteza, y en su lugar quedaron colonias de células hambrientas. Algunas de estas colonias descubrieron que la parte superior, que apuntaba al frío y negro cielo, tenía siempre una temperatura menor que la parte inferior, que se hallaba en contacto con la corteza caliente. Levantaron un toldo de piel en la parte distal, y poco después se ponía en marcha un eficaz ciclo de fotosíntesis; que funcionaba gracias al motor térmico que operaba entre una raíz central que penetraba en la corteza caliente y el frío toldo superior. El toldo era una maravilla de la ingeniería. Usaba rígidos cristales reforzados con fibras superfuertes para formar una estructura de vigas tipo cantilever con doce apoyos que elevaba la delgada piel superior, al tiempo que contrarrestaba el campo gravitatorio de la estrella, que era de 67.000.000.000 g. Es evidente que una estructura de este tipo no podría levantar el toldo de la planta muy alto. Una planta podría llegar a medir hasta cinco milímetros de largo, pero sólo conseguiría alzar un milímetro su toldo. Las plantas tuvieron que pagar un precio por sus toldos: eran rígidas y debían quedarse en donde estaban arraigadas. Durante muchas y muchas vueltas orbitales de la estrella, nada se desplazó, excepto por una ocasional pulverización de polen desde el extremo de una viga cantilever de una planta, seguida por la... [...] |