COMENTARIOS APARECIDOS SOBRE ESTE VOLUMEN

(Comentario de Armando Boix publicado en el volumen Ad astra 2, ediciones Ad astra, colección Revista electrónica, número 2, edición de 1995. Derechos de autor 1995, Armando Boix)
Cuando eres un lector compulsivo la publicación de tantas series de fantasía acaba por confundirte, llegando al punto de no recordar si Elric era albino por el tiempo que pasó encerrado en las Tumbas de Atuan, si Stormbringer era el caballo de Dilvish el Maldito o si la hermandad del anillo era un gremio más de los muchos que llenan Lankhmar. Una cierta fluidez en la publicación de los diversos episodios aminora un tanto la confusión y es de agradecer a Martínez Roca su celeridad en ofrecernos las siguientes aventuras de Vlad Taltos.
Desgraciadamente esta alegría no viene acompañada por una lectura placentera. Cuanto nos hizo acoger con simpatía la primera novela de Brust parece haberse desvanecido en ésta y sus defectos, por el contrario, se han magnificado hasta ahogar cualquier atractivo. Construida a base de diálogos, sin apenas descripciones en persecución de una prosa ágil, resulta confusa y desmadejada, con un escenario apenas esbozado que difícilmente pondrá en situación a quien no haya leído la obra anterior, por más que la serie la constituyan historias independientes. Los propios personajes apenas nos son presentados y sólo alcanzan la categoría de muñecos que se mueven de aquí para allá, hablan, hacen el amor y se matan entre sí, carentes de un armazón que los sustente y los convierta en creíbles.
Además, la misma trama cuenta con escasos elementos sugerentes. Brust retrocede en el tiempo respecto al primer título de la serie y nos presenta a Vlad Taltos cuando aún es un pequeño mafioso recién establecido y debe enfrentarse a un competidor con pretensiones de adueñarse de su territorio. Así conocerá a su futura esposa, Cawti, contratada para matarle y que acabará convirtiéndose en el elemento romántico del relato. La historia no da mucho más de sí, basando su intriga en una disputa dinástica entre miembros del clan gobernante, sin duda de crucial importancia para los implicados, pero al lector no ha de importarle gran cosa a falta de otros elementos enriquecedores. Brust cae en el defecto de creer que para escribir literatura fantástica basta con levantar un decorado exótico -y bastante mal, como hemos dicho-, poblarlo con espadachines y hechiceros, y situar en él, a continuación, cualquier historia que podría transcurrir igual en el salvaje oeste, en una isla del Caribe o en las calles de Madrid... Aunque tal vez entonces, sin la etiqueta de "SF & Fantasy", perdería unos cuantos lectores que nunca comprarían una novela de aventuras convencional. Yendi. Duelo de rufianes no necesita del concurso de un mundo fantástico para contarnos lo poco que nos cuenta, y si no se convencen pueden hacer la prueba: sustituyan Adrialankha por Chicago, los dragaeranos por clanes sicilianos y a Vlad Taltos por un irlandés con ganas de ascender en el mundo del hampa y tendrán una novela del género negro... bastante floja.
Cuando quiero disfrutar de una narración de ese tipo yo me quedo con Muerte entre las flores, de los hermanos Cohen, o, siendo más castizo, con Torpedo 1936, de Bernet y Abuli. Los demás hagan lo que quieran.