COMENTARIOS APARECIDOS SOBRE ESTE VOLUMEN

(Comentario de Alfredo Benítez Gutiérrez publicado en el volumen Nueva dimensión 133, ediciones Nueva dimensión, colección Revista, número 133, edición de 1981. Derechos de autor 1981, Alfredo Benítez Gutiérrez)
Las catástrofes siempre han ejercido una morbosa fuerza de atracción sobre el ser humano, por lo cual no es raro que muchos escritores hayan abordado el a veces difícil género catastrofista. Después de los honorables antepasados, como Richard Jefferies -autor de la novela Después de Londres-, podemos leer a los precursores Edgar Allan Poe, Julio Verne y H. G. Wells, que escribieron La conversación de Eiros y Charmion, El eterno Adán y La estrella. Seguidamente llegaron toda una serie de autores, tanto de prestigio como populares, que aportaron sus catástrofes particulares, como The poison belt de Sir Arthur Conan Doyle y Cuando los mundos chocan de Edwin Balmer y Philip Wylie. Finalmente aparecieron los autores modernos y contemporáneos, como Harry Harrison: ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!, Brian W. Aldiss: Barba gris, y J. G. Ballard: El mundo sumergido y La sequía.
En literatura, una catástrofe podría definirse como la muerte de un mínimo de mil personas de la manera más aparatosa posible. La definición crea un amplio territorio de caza, ya que la catástrofe puede ser desde un simple incendio hasta la total destrucción del Universo. Dentro de una obra literaria, la catástrofe puede ocupar el lugar de un sencillo hecho accesorio sin importancia o ser la principal justificación de la existencia de la obra, con todo el abanico de posibilidades intermedias. En los últimos tiempos las catástrofes han alcanzado una gran popularidad, en gran medida debido al interés que la industria cinematográfica estadounidense se ha tomado por ellas.
La voluminosa novela -aparecida anteriormente en Bruguera Círculo, colección de precio elevado y escasa difusión- que en esta ocasión nos trae la catástrofe ha surgido de las fértiles imaginaciones de Thomas N. Scortia y Frank M. Robinson, los dos especializados en los últimos años en la creación de desastres, y autores de El infierno de cristal -de la que se hizo una versión cinematográfica con el título de El coloso en llamas, no muy fiel a la novela, y en plan superproducción-. Proyecto Prometeo puede ser calificada de novela de "Hard Science" -por favor, no se asusten-, y su estructura está dividida en seis secciones correspondientes a sendos días, entre las cuales se intercalan extractos de las actas de las sesiones de un Subcomité del Congreso de los Estados Unidos; recuerda en gran medida la de La amenaza de Andrómeda -que yo considero una excelente novela, mal que le pese a Jacques Sadoul-, aunque no es ni con mucho tan reflexiva ni se desarrolla en ambientes tan cerrados y entre tan pocas personas como esa, y por ello dije más arriba que no se asustasen.
Proyecto Prometeo se inscribe perfectamente en la línea de la colección en la que aparece, ya que es más una novela de suspense que otra cosa. La acción se centra en la planta de energía nuclear Prometeo, sita en la bahía de Cardenas (California). Desde el primer momento la novela arremete contra la estupidez de los políticos y burócratas, siendo la acusación más suave que se les hace la de imprudencia criminal. Es interesante la atención que los autores dedican a todos y cada uno de los personajes, atención que contribuye a hacerlos a todos más humanos a pesar de que parecen arrastrados por la corriente del destino. La acción alcanza su cota dramática cuando se produce el accidente, que tiene la magnitud suficiente como para producir la fusión de los núcleos de los reactores del complejo Prometeo, que son cuatro. A partir de este momento, los acontecimientos escapan al control humano y avanzan inevitablemente hacia la catástrofe final, catástrofe mucho más impresionante porque se nos revela con una frase casi casual.
La intención de la obra queda bien clara nada más leer la dedicatoria, consagrada a Robert A. Heinlein, cariñosamente llamado Bob, y a su relato "Blowps happen" -traducido como Las explosiones ocurren-En la introducción los autores exponen claramente sus opiniones y los motivos que les llevaron a escribir la novela, expresando unos temores perfectamente comprensibles y que en parte comparto. La acción y el suspense son seriamente dañados por la pésima traducción, que induce a la confusión en numerosas ocasiones, y la excesiva extensión de la obra, que contribuye a diluir la tensión del ambiente, tensión que debería ser mantenida a toda costa.
En conjunto, es una novela digna de una lectura atenta.