CONTENIDO LITERAL

("Prólogo", artículo de Joan de Segarra. Derechos de autor 1972, Joan de Segarra)

El Golem de Gustav Meyrink es "un clásico de la literatura fantástica" y como tal, como clásico, se merecería que nos ensuciásemos encima suyo, olímpicamente. Tal vez la manera más espiritual de llevar a cabo este acto de lesa Literatura sería redactar unas cuartillas acusando muy seriamente a Tzvetan Todorov de despreciar la obra de Meyrink en su famosa teoría sobre el género: Introduction à la littérature fantastique. Entre paréntesis: el tal Todorov es attaché de recherches au C. N. R. S. (Centre National de la Recherche Scientifique), introductor de los formalistas rusos en Francia y uno de los jabatos de la crítica estructuralista. Eso es lo que se merecería ese clásico que, antaño, fue una narración popular, incluso popularísima, debido en gran parte a las dos versiones cinematográficas que se rodaron de El Golem (1).
Pero El Golem eses algo más ó, mejor, algo menos que "un clásico de la literatura fantástica": El Golem representa una etapa importante en la búsqueda de la lucidez -estoy tentado de escribir "sobrelucidez"- emprendida por Gustav Meyrink. El Golem (1915) es la etapa cabalística de Meyrink, al igual que El rostro verde (1916) relata su experiencia con el yoga, El dominico blanco (1921) gira entorno al tao chino y El túnel en la ventana de Occidente (1927) se adentra en los dominios de la alquimia.
Estéticamente, El Golem es una buena tajada de sandía expresionista, sin pepitas, aunque, a diferencia de El dominico blanco, su mejor relato -estéticamente hablando-, siempre hallaréis alguna que otra que escupir. Pero no hay que cometer la falacia de reducirlo todo al juicio estético: a Gustav Meyrink, a la obra de Meyrink, se le podría colocar, a modo de sambenito, esta frase de Artaud, otra alma gemela: "Les paroles sont un limon qu'on n'éclaire pas du côté de l'être mais du côté du son agonie."
¿Quién fue Gustav Meyrink? Sabemos que vino al mundo en Viena, bajo el signo de Capricornio, el año 1868. Era hijo natural de un ministro wurtemburgués y de María Meyer, un actriz de Hamburgo, que le dio el apellido. Infancia sumamente desagradable, de hijo natural. Infancia y adolescencia. Sabemos que trabajó en un banco y que estuvo a punto de suicidarse. Empezó a publicar en Simplizissimus después de que alguien, hurgando en un papelera, diese con un manuscrito suyo que había sido rechazado. Frecuenta los círculos esotéricos de Praga, Munich y Viena, principalmente "La estrella azul", logía teosófica de Praga. No parece que saliera demasiado satisfecho de semejantes madrigueras: era demasiado serio para prestarse al cachondeo ocultista de finales del XIX y principios del XX. "Se aproxima. la hora -escribe Meyrink en El dominico blanco- en que el espiritismo va a cubrir la humanidad como una marea pestilente." Pero Meyrink no dejó de creer en la verdad de los fenómenos paranormales. Practicó el yoga y estudió la alquimia. Se relacionó con Annie Besant y con un discípulo de Ramakrishna que enseñaba el blatki yoga. Por su biógrafo Eduard Frank (Gustav Meyrink, werd und wirkung), sabemos que poseía la facultad de visitar "en alma", mientras dormía, a amigos suyos residentes a cientos de kilómetros de la ciudad en que habitaba Meyrink. También sabemos que fue un vidente notorio. Corresponsal de Kafka y de Thomas Mann, terminó sus días, al correr del año 1932, acusado de herejía: su nombre figuraba en las primeras listas negras de los nazis.
La búsqueda de la lucidez que siempre persiguió Meyrink, no le abandonó ni en el momento de su muerte. Quiso morir con los ojos abiertos, sentado en un sillón, ante una ventana orientada hacia el este por donde ascendía, soberbio, el sol.

(1) "El hombre ambicionó siempre crear la vida. Según la tradición transmitida hasta hoy por la corriente judía de Praga un nuevo Epimeteo, el Rabino Judah Loew Ben Bezalel, realizó en el siglo XVI, en el ghetto de Praga, una estatuilla de arcilla roja animada, creando así el "homonculus" con el que soñó la Edad Media. Le dio vida al igual que el Creador, porque conocía el Nombre secreto de Dios, "Emet(h)", que escribió en la frente de la estatuilla o le introdujo entre los dientes.
El rabino Loew realizó el milagro que lo convierte en Dios. Al cobrar vida, el Golem creció (Frankenstein avant la lettre). Mongoloide, tiene la piel amarilla, los ojos oblicuos, es imberbe. Sirvió quizá para exterminar los invasores de la comunidad judía; la cosa es que se aburre. Ya sea porque el rabino olvidó retirarle el nombre, ya sea por haber sido un aprendiz de brujo superado por los acontecimientos, ve al Golem escaparse y sembrar el terror en la ciudad; asesinando a quien encuentra a su paso. Loew se resigna a destruirlo. La leyenda lo hará reaparecer amenazador cada treinta y tres años.
Pero resucitará en la imaginación del siglo XX: Paul Wegener realizó dos películas sobre é, en 1914 y en 1930; en l918, Chaym Bloch se convierte en apócrifo escribiendo un libro sobre el Golem después de la curiosa novela de Gustav Meyrink, El Golem, publicada en 1916." [L'occultisme de Julien Tondriau. Bibliothèque Marabout Université‚, Editions Gérard & Co., Verviers (Bélgica), 1964.]