CONTENIDO LITERAL

(Fragmento de "Milagro", cuento de Connie Willis. Derechos de autor 2000, Connie Willis)

Había un árbol de Navidad en el vestíbulo cuando Lauren llegó al trabajo, y la recepcionista estaba sentada con la barbilla apoyada en una mano, observando el monitor de seguridad. Lauren dejó en el suelo su bolsa del centro comercial y miró con curiosidad la pantalla. En ella, Jimmy Stewart estaba bailando el charleston con Donna Reed.
- El Comité Especial para la Moral del Personal ha conectado la tele por cable por Navidad -explicó la recepcionista, tendiendo a Lauren sus mensajes-. Me encanta Qué bello es vivir, ¿a usted no?
Lauren metió sus mensajes en la parte superior de su bolsa del centro comercial y subió a su departamento. Papel rizado rojo y verde colgaba en tiras del techo, y había un gran lazo de papel rizado rojo atado alrededor de su escritorio.
- Lo hizo el Comité Especial para la Moral del Personal -dijo Evie, alzando la vista del catálogo que estaba leyendo-. Están decorando todo el edificio, y quieren que nosotras y Control de Documentos vayamos a cantar villancicos esta tarde. ¿No crees que el CEMP se está pasando con eso del espíritu navideño? Quiero decir, ¿quién quiere pasar la Nochebuena en una fiesta de la oficina?
- Yo -dijo Lauren. Dejó la bolsa sobre el escritorio, se sentó y empezó a quitarse las botas.
- ¿Puedo tomar tu grapadora? -preguntó Evie-. He perdido otra vez la mía. Estoy pidiendo para mi madre el Agua del Mes, y necesito grapar mi cheque al formulario de pedido.
- ¿El Agua del Mes? -preguntó Lauren, abriendo el cajón de su escritorio y tomando la grapadora.
- Ya sabes, te envían botellas de una marca diferente cada mes. Perrier, Evian, Calistoga. -Sus ojos se posaron en la bolsa del centro comercial-. ¿Llevas regalos de Navidad ahí dentro? Odio a la gente que hace sus compras cuatro semanas antes de Navidad.
- Sólo faltan cuatro días para Navidad -dijo Lauren-, y todavía no lo he comprado todo. Aún me falta algo para mi hermana. Pero ya tengo todos los regalos de mis amigos, incluido el tuyo. -Metió la mano en la bolsa y sacó sus zapatillas de lona-. Y encontré un vestido para la fiesta de la oficina.
- ¿Lo compraste?
- No. -Se puso una de las zapatillas-. Iré a probármelo durante la pausa de la comida.
- Si todavía está allí -dijo Evie lúgubremente-. Yo había elegido aquel palillero con forma de erizo para mi hermano, y cuando volví a comprarlo ya no quedaba ninguno.
- Les pedí que me lo guardaran -dijo Lauren. Se puso la otra zapatilla-. Es precioso. Negro, escotado, sin tirantes. Con lentejuelas.
- Sigues intentando que Scott Buckley se fije en ti, ¿eh? Yo ya no intento esas cosas. Las mujeres de los noventa no usan trucos sexistas para atraer a los hombres. Además, decidí que era demasiado atractivo para fijarse en alguien como yo. -Se sentó en el borde del escritorio de Lauren y empezó a hojear el catálogo-. Aquí hay algo que seguro que le gustaría a tu hermana. La Verdura del Mes. La de febrero es el quingombó.
- Vive en el sur de California -dijo Lauren, metiendo sus botas debajo del escritorio.
- Oh. ¿Qué hay del Protector Solar del Mes?
- No -dijo Lauren-. Se decanta por las cosas New Age. Canalización de fuerzas. Aromaterapia. El año pasado por Navidad me envió una pirámide de cristal selectora de parejas.
- La Filosofía Oriental del Mes -dijo Evie-. Zen, sufismo, tai-chi...
- Me gustaría enviarle algo que realmente le gustara -meditó Lauren-. Siempre lo paso terriblemente mal pensando en qué regalarle a la gente por Navidad. Así que este año decidí que las cosas fueran diferentes. No tenía intención de volverme loca en el centro comercial el día antes de Navidad, comprando cosas que nadie quiere y preguntándome qué demonios iba a ponerme para la fiesta de la oficina. Empecé a hacer mis compras en septiembre, envolví los regalos apenas los compré, tengo hechas todas mis tarjetas de felicitación, listas para echar al correo...
- Es horrible -murmuró Evie-. Oh, casi lo olvidé. -Sacó una hoja doblada de papel de su catálogo y se la tendió a Lauren-. Es tu nombre para el intercambio de regalos del Santa Claus Secreto. El CEMP dice que se supone que debes llevar tu regalo para él el viernes como máximo a fin de que no interfiera con los regalos que entrega Santa Claus en la fiesta de la oficina.
Lauren abrió el papel, y Evie se inclinó para leer por encima de su hombro.
- ¿A quién tienes que entregarlo? Espera, no me lo digas. Scott Buckley.
- No. Fred Hatch. Y sé exactamente qué regalarle.
- ¿Fred? ¿El tipo gordo de Documentación? ¿Qué es, la Dieta del Mes?
- Se supone que ésta es la época del amor y de la caridad, no la época en la que haces observaciones mezquinas acerca de alguien simplemente porque tiene algo de exceso de peso -dijo Lauren severamente-. Le regalaré un vídeo de De ilusión también se vive.
Evie la miró sin comprender.
- Es la película favorita de Fred -aclaró Lauren-. Tuvimos una charla maravillosa sobre ella el año pasado en la fiesta de la oficina.
- Nunca oí hablar de ella.
- Trata del Santa Claus de Macy´s. Empieza diciéndole a la gente que pueden conseguir los juguetes de sus hijos más baratos en Gimbel´s, y luego el psiquiatra de los grandes almacenes decide que está loco...
- ¿Por qué no le regalas Qué bello es vivir? Ésa es mi película de Navidad favorita.
- Tuya y de todo el mundo. Creo que Fred y yo somos las únicas personas a las que les gusta más De ilusión también se vive. Mira, Edmund Gwenn, él es Santa Claus, es recluido en Bellevue porque piensa que es Santa Claus, y puesto que no hay ningún Santa Claus, tiene que estar loco, pero él es Santa Claus, y Fred Gailey, ése es John Payne, es un abogado en la película, decide acudir a los tribunales para probarlo, y...
- Veo Qué bello es vivir cada Navidad. Me encanta la parte en la que Jimmy Stewart y Donna Reed caen a la piscina -dijo Evie-. ¿Qué le pasó a la grapadora?

Tenían el vestido y le iba bien, pero había un enorme atasco en la caja registradora, y luego no pudieron hallar una bolsa con colgador para el vestido.
- Simplemente métanlo en una bolsa normal -dijo Lauren, mirando ansiosamente su reloj.
- Se arrugará -dijo ominosamente la dependienta, y siguió buscando una bolsa con colgador. Cuando Lauren consiguió convencerla de que una bolsa normal serviría, ya eran las 12:15. Esperaba tener la oportunidad de buscar un regalo para su hermana, pero no iba a tener tiempo. Todavía tenía que llevar el vestido a casa y echar al correo las tarjetas de felicitación.
Puedo comprar el vídeo de Fred, pensó, mientras se abría camino hacia las escaleras mecánicas. No le iba a tomar mucho tiempo, puesto que sabía lo que quería, y quizá tuvieran algo de Shirley MacLaine que pudiera comprar para su hermana. Diez minutos para comprar el vídeo, pensó, serán suficientes.
Le tomó casi media hora. Sólo había una copia, que el dependiente no conseguía encontrar.
- ¿Está segura de que no prefiere Qué bello es vivir? -le preguntó a Lauren-. Es mi película favorita.
- Quiero De ilusión también se vive -dijo pacientemente Lauren-. Con Edmund Gwenn y Natalie Wood.
El dependiente tomó una copia de Que bello es vivir de un enorme exhibidor.
- Vea, Jimmy Stewart se halla en problemas y desea no haber nacido nunca, y su ángel le concede ese deseo...
- Lo sé -dijo Lauren-. No me importa. Quiero De ilusión también se vive.
- ¡De acuerdo! -dijo el dependiente, y se fue a buscarlo, murmurando-: Alguna gente no tiene el menor espíritu de Navidad.
Finalmente fue ella quien lo encontró, en la I, de entre todos los lugares, y entonces el dependiente insistió en envolvérselo para regalo.
Cuando Lauren llegó a su apartamento era la una menos cuarto. Tendría que olvidar la comida y echar al correo las felicitaciones, pero al menos podría llevárselas consigo, comprar los sellos, y ponerles los sellos en el trabajo.
Sacó el vídeo de la bolsa y lo colocó en la mesita de café al lado de su bolso, tomó la bolsa y se dirigió al dormitorio.
Alguien llamó a la puerta.
- No tengo tiempo para esto -murmuró, y abrió la puerta, con la bolsa aún en la mano.
Era un hombre joven con una camiseta de "Salvad a las ballenas" y unos pantalones caqui. Su pelo rubio le llegaba hasta los hombros, y tenía una expresión vaga que hacía pensar en el sur de California.
- ¿Sí? ¿Qué ocurre?
- Estoy aquí para darle un regalo de Navidad -dijo el joven.
- Gracias. No estoy interesada en lo que sea que esté vendiendo -dijo ella, y cerró la puerta.
El joven llamó de nuevo inmediatamente.
- No vendo nada -dijo a través de la puerta-. De veras.
No tengo tiempo para esto, pensó Lauren, pero abrió la puerta de nuevo.
- No soy ningún vendedor -dijo el joven-. ¿Ha oído hablar usted alguna vez del Maharishi Ram Das?
Un chalado religioso.
- No tengo tiempo para hablar con usted -empezó a decir-. Llego tarde al trabajo. -Y entonces recordó que no se suponía que les dijeras a los desconocidos que tu apartamento iba a quedar vacío-. Estoy muy atareada -dijo y cerró la puerta, más firmemente esta vez.
La llamada empezó de nuevo, pero la ignoró. Fue al dormitorio con la bolsa del centro comercial, volvió y echó el cerrojo y puso la cadena de seguridad en la puerta, y luego fue a colgar el vestido. Cuando lo hubo sacado de su envoltorio de papel de seda y hallado un colgador, las llamadas habían cesado. Colgó el vestido, que parecía tan espectacular ahora como en la tienda, y regresó a la sala de estar.
El joven estaba sentado en el sofá, trasteando con el mando a distancia de su televisor.
- Bien, ¿qué es lo que quiere por Navidad? ¿Un yate? ¿Un poni? Pulsó los botones del mando a distancia, con el ceño fruncido-. ¿Un televisor nuevo?
- ¿Cómo ha entrado aquí? -quiso saber Lauren con voz chillona. Miró la puerta. El cerrojo y la cadena estaban ambos en su sitio.

[...]