CONTENIDO LITERAL

(Fragmento de "Jardín del unicornio [el]", novela de Jacques Sadoul. Derechos de autor 1977, Jacques Sadoul)

LIBRO 1

LA PRIMERA OBRA

"Lo que realmente existe no puede dejar de existir, así como lo no existente no puede comenzar a existir. El fin de esta oposición entre ser y no ser fue percibido por quienes ven las verdades esenciales".

Bhagavad Gita, 11.1

CALCINACIÓN


El amo del dominio de R. cogió la pequeña cajita que contenía el polvo de oro y la abrió. Estaba vacía, y Joachim Lodaus no pudo evitar un gesto de contrariedad. Demasiado a menudo descuidaba esos detalles.
Lodaus poseía la Ciencia, pero en el curso de su harto larga existencia había aprendido que el oro triunfa con frecuencia allí donde la Magia fracasa. Mostró la cajita vacía a su familiar, Ai-d´Moloch, un gato negro de imponente tamaño; no era éste un animal común, sino un Maestro gato venido del mundo de los Sueños, ese universo onírico que coexiste con el nuestro y al que sólo pocos mortales tienen acceso.
Con paso lento, entorpecido por la edad, el señor atravesó la gran sala y tomó por la escalera que descendía hasta el laboratorio. Ya en la inmensa habitación, se dirigió hacia el fondo, a la parte reservada a las operaciones de Hermes. Ai-d´Moloch fue a reunírsele, a la espera de órdenes.
- Es preciso encontrar algo que transmutar. ¡Busca! -le encargó su dueño.
El gato era experto en este ejercicio, y no tardó en extraer del fondo de un cofre roído por el tiempo una vieja cuchara de estaño. La cogió en su hocico y fue a depositarla a los pies de Lodaus. Éste la levantó y, tras examinarla, le hizo señas de que fuera en busca de otras.
Cuando el gato hubo traído una decena, Lodaus las arrojó en un pequeño mortero de bronce que colocó sobre un fuego encendido. Alimentó la llama con el fuelle hasta la completa fusión del metal, y luego, de un bolsillo interior de sus ropas extrajo una cajita muy pequeña. La abrió con precaución cuidando que no cayera ni una partícula de la sustancia que contenía, un polvo rojo rubí con la consistencia del vidrio triturado. Cogió un grano del mismo y lo echó en el estaño en fusión. Un espeso humo se elevó de la preparación, entonces el hombre la cubrió con una tapa y fue a sentarse en su sillón detrás de un escritorio repleto de libros y papeles cuyo color amarillento traicionaba su antigüedad.
De allí en adelante la transmutación podía quedar sin vigilancia y estaría completada al cabo de un cuarto de hora aproximadamente. Lodaus aprovechó esa espera para ir a controlar la temperatura que reinaba en el atanor, el hornillo que le servía para la elaboración de la Piedra Filosofal. No obstante detestar las técnicas modernas, el viejo alquimista había aceptado utilizar el gas butano para obtener un calor constante. Jamás debía faltarle Piedra, ya que ésta no sólo le proporcionaba a discreción el polvo de proyección que le permitía transmutar cualquier metal en oro, sino también el elixir de larga vida, gracias al cual prolongaba su existencia año tras año.
Al cabo de un cuarto de hora, el señor volvió junto al mortero, lo asió por medio de unas largas tenazas y vació el metal fundido en un molde; por entonces, ya poseía un hermoso color amarillo.
- Ya sólo queda dejar que se enfríe el oro -dijo a su familiar-. Ahora hemos de pensar en lo que queremos emprender, por lo que voy a proceder a la operación geomántica.
Cogió un puñado de pequeños guijarros blancos y los arrojó en una cubeta repleta de arena cuidadosamente alisada. Hecho esto, se inclinó sobre la cubeta y reunió las piedras en cuatro líneas trazadas con la punta del dedo. Contó los guijarros de cada línea y apuntó los resultados en un trozo de papel. Recogió las piedras, alisó la arena y repitió la operación otras tres veces. A continuación, adicionó los guijarros de las diversas hileras y marcó un punto por cada número par, y dos puntos por los resultados impares. De este modo obtuvo cuatro figuras disimétricas y trasladó esos resultados a las primeras casillas del tema geomántico, después calculó las figuras siguientes que se derivaban de las primeras. Así llegó a la última, la decimoquinta, denominada el Juez ya que es la resultante del tema y responde a la pregunta del consultor.
Joachim Lodaus tenía la costumbre de combinar el arte de los antiguos adivinos del Islam con la astrología, y siempre había estado satisfecho con los resultados obtenidos. Por tanto, jamás dejaba de consultar el Destino antes de emprender cualquier acción de importancia.
Siguiendo una vieja costumbre, se dirigió al gato, amigo, confidente, acaso consejero.
- Nuestra Operación admite dos posibilidades, tú lo sabes, Gato: animar un golem o crear un homunculus. Un golem es relativamente fácil de realizar, pero siempre se corre el riesgo de verlo liberarse del control de su creador y hasta volverse contra él. El homunculus sería más fácil de dominar, pero la suerte habla en contra de esta solución. He aquí la resultante del tema geomántico: como Testigo izquierdo he obtenido la figura llamada Fortuna minor, la victoria saliente. Pienso que es inútil decirte más acerca de ello. El Testigo derecho, que representa el porvenir, es un poco mejor, puesto que se trata de Albus, la juiciosa; Albus preside el apaciguamiento y el misticismo, tú lo sabes. Pero el Juez ha dado su veredicto, y no hay apelación: ¡es Cauda draconis! Esa Cola de dragón, símbolo de todo lo que se disuelve, de todo lo que pierde su forma para regresar a la materia. Nada podría anunciar con mayor precisión el fracaso de esa posibilidad.
El señor del castillo se dirigió hacia un gran zodíaco mural sobre el cual se podían desplazar unos círculos metálicos que representaban los planetas. Consultó la efemérides del día, hizo algunos cálculos de interpolación y estableció la carta del cielo. Un ascendente maléfico, un Sol en caída, y Saturno en oposición a la Luna pronto lo convencieron de la justeza del veredicto de los guijarros arrojados al azar sobre la superficie de la arena virgen.
Sacudió pensativamente la cabeza y rodeó su escritorio para ir a detenerse frente a los sobrecargados estantes de la biblioteca. Ésta estaba compuesta únicamente de obras que hablaban de la ciencia hermética, tratados de técnicas adivinatorias y de rituales de magia negra. El Novum Lumen Chymicum del Cosmopolita se hallaba allí junto al Tetrabiblos de Ptolomeo, y uno podía dar con el siniestro Necronomicón, escrito por el árabe loco Abdul al-Hazred, en un ejemplar cubierto de anotaciones de puño y letra del dueño del castillo.
Joachim Lodaus dejó que su mano errara un instante por entre las estanterías hasta que dio con el volumen que buscaba, una edición del original del De Natura rerum del médico de Schwitz, Paracelso.
- Veamos lo que ha dicho ese médico borracho y charlatán. Escucha bien, Gato: "No hemos pasado por alto el tema de la formación de los humunculi. En este hecho hay un fondo de verdad, aun cuando haya permanecido secreto durante largo tiempo…" Pasemos… ¡Ah! Aquí está: "He aquí cómo hay que proceder para conseguirlo. Meted en un alambique durante cuarenta días líquido espermático de hombre; que se pudra allí como un vientre de caballo en descomposición, hasta que comience a vivir y a moverse, lo cual es fácil de reconocer. Transcurrido ese período, aparecerá una forma semejante a la de un hombre, pero transparente y casi sin sustancia. Si entonces se nutre diariamente este joven producto, cuidadosa y prudentemente, con sangre humana, y se lo conserva durante cuarenta semanas a una temperatura constante igual a la del vientre de un caballo, dicho producto se convierte en un niño verdadero y viviente, con todos sus miembros, como el que ha nacido de mujer pero mucho más pequeño. Esto es lo que llamamos un homunculus".
Lodaus arrojó el libro sobre la mesa con disgusto.
- ¡Un fárrago de supersticiones, eso es lo que expone ese mujeriego! No hay nada utilizable ahí dentro. Así pues, optamos por animar un golem, ¿estás de acuerdo, Gato?
Ai-d´Moloch inclinó la cabeza gravemente, en señal de asentimiento.
- Muy bien -prosiguió el amo-. La operación va a requerir todas mis fuerzas y sería bueno que yo estuviera un poco más ágil. Recurramos a la medicina universal, no hay nada mejor que ella, Gato, sobre todo si se la toma diluida en vino de Gaillac. Es una receta que encontré en los escritos de un alquimista de comienzos del siglo XV, Denis Zachaire; no se deben despreciar las opiniones de esos segundones.
El señor del castillo absorbió una fracción impalpable de Piedra Filosofal diluida en vino blanco y permaneció inmóvil en su sillón durante cerca de una hora. Cuando se levantó, su paso era más vivo, aunque todavía un poco rígido, sus movimientos más ágiles, su mirada más penetrante. Siempre seguido de su familiar, volvió a subir a la gran sala de la mansión y rápidamente escribió una esquela que tendió a Ai-d´Moloch:
- Haz llegar esto al notario de F. Desde este momento nuestra operación ha comenzado, y será una obra de venganza.

[...]