CONTENIDO LITERAL

(Fragmento de "Mago en apuros", novela de Terry Brooks. Derechos de autor 1988, Terry Brooks)

ESTORNUDO

Ben suspiró y deseó hallarse en cualquier otro sitio distinto del que se hallaba.
Estaba en la sala ajardinada de Plata Fina, su preferida entre todas las del castillo. Era luminosa y aireada. Macetas con flores se entrecruzaban sobre el suelo embaldosado, salpicándolo de deslumbrantes manchas de color. La luz del sol se introducía por los ventanales que llegaban hasta el suelo, abarcando toda la pared meridional, y en ella danzaban diminutas motas de polen. Los ventanales abiertos dejaban pasar los olores fragantes de los jardines exteriores, formados por un conjunto de parterres y setos que descendían hasta el lago sobre el que se asentaba la isla del castillo, mezclando y fundiendo sus colores como pintura sobre un lienzo mojado por la lluvia. Los capullos florecían todo el año, replantándose a sí mismos con asombrosa regularidad. Un horticultor del mundo de Ben habría dado cualquier cosa por estudiar semejantes tesoros; especies que sólo crecían en el reino de Landover y en ningún otro lugar.
Pero en aquel preciso momento, Ben hubiera dado cualquier cosa por escapar de allí...
- …Magnífico gran señor…
- ...Poderoso gran señor…
Las conocidas voces suplicantes le arañaron como piedras ásperas y le recordaron la razón de su malhumor. Alzó los ojos al cielo. ¡Por favor! Su mirada pasó de las macetas floridas a parterres de flores una y otra vez, como si en alguna parte entre aquellos diminutos pétalos estuviese el camino de huida que tan desesperadamente trataba de encontrar. Por supuesto, no estaba allí, y se retrepó en su mullido sillón para pensar en la injusticia de su situación. No es que tratara de esquivar sus obligaciones o despreocuparse de sus asuntos. Pero, ¡demonios!, aquél era su refugio.
¡Se suponía que éste era el lugar donde podía descansar!
- ...y se llevaron todas las bayas que tanto nos había costado reunir.
- Y también toda la cerveza que teníamos.
- Cuando nosotros lo único que hicimos fue tomar prestadas unas cuantas gallinas, gran señor.
- Hubiéramos reemplazado las que se hubieran perdido, gran señor.
- Queríamos ser honrados.
- Queríamos serlo.
- Debéis hacer que nos devuelvan nuestras pertenencias...
- Sí, debéis hacerlo...
Y así siguieron, apenas deteniéndose a respirar.
Ben miró a Fillip y a Sot como un jardinero a las malas hierbas que crecen en los parterres. Los gnomos nognomos siguieron farfullando desvergonzada e interminablemente, y él pensó en los caprichos de la vida que permitían que desgracias como ésa le sucediesen a él. Los gnomos nognomos eran unos personajillos lastimosos con cara de hurones a quienes gustaba suplicar, vivir en madrigueras y, sobre todo, robar cualquier cosa que se pusiera a su alcance. Migraban con cierta periodicidad y, una vez instalados, nadie podía echarlos. En general, eran considerados como una plaga. Por otra parte, le habían demostrado una lealtad inquebrantable. Cuando, tras comprar el reino de Landover anunciado en el catálogo navideño de los almacenes Rosen´s, llegó al valle, hacía ya casi dos años, Fillip y Sot, en nombre de todos los gnomos nognomos, fueron los primeros en darle su voto de lealtad. Le ayudaron en su empeño por restablecer su reinado. Le ayudaron de nuevo cuando Meeks, el anterior mago de la corte, regresó a Landover y le robó la identidad y el trono. Le ofrecieron su amistad cuando muy pocos se la ofrecían.
Volvió a suspirar. Bueno, era cierto que les debía algo, pero no tanto. Se aprovechaban de su amistad de forma desmedida. A ella habían apelado para presentarle sus quejas esquivando deliberadamente las vías usuales de la administración de la corte que tanto le había costado establecer. La habían blandido igual que una antorcha ardiente hasta llegar allí, a su santuario más querido. No hubiera sido tan terrible si no acostumbraran a recurrir a él cada vez que tenían alguna queja de cualquier clase (lo cual sucedía cada cinco minutos, o lo parecía a veces) pero, desde luego, lo hacían. No confiaban en la justicia e imparcialidad de nadie más. Querían que su "magnífico gran señor" y su "poderoso gran señor" los escuchara.
Y los escuchara una y otra vez...
- ...una disposición justa sería que nos devolviesen todas las cosas robadas y reemplazaran lo que haya sufrido algún desperfecto -dijo Fillip.
- Una disposición justa sería que ordenaseis a varias docenas de trolls que nos sirviesen durante un periodo razonable -dijo Sot.
- Quizás una semana o dos -dijo Fillip.
- Quizás un mes -dijo Sot.
También sería un buen asunto que no estuvieran metiéndose en líos de continuo, pensó Ben con fastidio. Era difícil ser objetivo o compasivo sabiendo, antes de que dijeran una palabra, que eran tan culpables del problema que les aquejaba como quienquiera que fuese el último sujeto de sus lamentos. Como mínimo.
Fillip y Sot continuaron con su cantinela, contorsionando sus rostros mugrientos mientras hablaban, guiñando los ojos a la luz, con el pelaje enmarañado y sucio. Sus dedos se curvaban y se estiraban al gesticular, y de sus uñas se desprendían partículas de barro que se les habían incrustado al escarbar. Llevaban unas ropas andrajosas de cuero arpillera y, como única nota de color, una incongruente pluma roja sujeta en la cinta de sus gorros. Eran como restos de un naufragio llevados por las aguas a las costas de su vida.
- Quizás una ofrenda serviría de compensación -decía Fillip.
- Quizás un obsequio simbólico de plata u oro -añadió Sot.
Ben sacudió la cabeza ante lo insufrible. Aquello era demasiado. Estaba a punto de hacerlos callar cuando la inesperada aparición de Questor le evitó esa necesidad. El mago de la corte irrumpió en la sala ajardinada como catapultado por una honda gigante, gesticulando con las manos mientras su barba blanca y sus largos cabellos tremolaban. La túnica gris con faltriqueras y bandas de colores lo seguía; al parecer, en un intento desesperado por no desprenderse de su portador.
- ¡Lo he conseguido! ¡Lo he conseguido! -proclamó sin ninguna explicación preliminar.
Estaba sofocado de excitación, y su rostro de búho resplandecía por lo que había conseguido, fuera lo que fuese. Se mostró ajeno a la presencia de los gnomos nognomos que afortunadamente interrumpieron sus ruegos para mirarlo con la boca abierta.
- ¿Qué ha conseguido usted? -preguntó Ben en tono apacible.
Había aprendido a refrenar su entusiasmo en lo concerniente a Questor, porque ya se había decepcionado en muchas ocasiones. El mago sólo conseguía la mitad de lo que creía haber conseguido.
- ¡La magia, gran señor! ¡He encontrado la magia! Al fin he encontrado el modo de... -Se detuvo, aumentando el movimiento de sus manos-. ¡Un momento! Los demás también deben oírlo. Todos nuestros amigos tienen que estar presentes. Me he tomado la libertad de pedir que los llamen. Vendrán en seguida... Éste es un día glorioso... ¡Ya llegan!
Sauce apareció en el umbral de la puerta, bella como siempre, más hermosa que las flores que la rodeaban, e hizo avanzar su figura esbelta con susurro de seda y encajes. Su rostro verde pálido se volvió hacia Ben y le dedicó la sonrisa especial y secreta que reservaba sólo para él. Aquella criatura fantástica, cuyo origen estaba en el mundo de las hadas, parecía tan ingrávida como la calidez del aire del mediodía. Los kobolds Juanete y Chirivía entraron tras ella. En sus acartonadas caras de mono se reflejaba la duda. También eran criaturas fantásticas y parecían sacadas de una pesadilla por algún conjuro. Abernathy llegó el último, resplandeciente con su uniforme escarlata y dorado de amanuense de la corte. Él no procedía del mundo de las hadas; era un terrier de pelo liso que parecía creerse un ser humano. Mantenía su cuerpo de perro en una postura erguida y digna, y sus expresivos ojos se clavaron de inmediato en los odiosos y carnívoros gnomos nognomos.
- No veo ninguna razón para estar presente en la misma estancia que esas horribles criaturas... -comenzó a decir indignado, pero Questor Thews lo interrumpió, acercándose a él con los brazos abiertos.
- ¡Amigo mío! -exclamó el mago-. ¡Abernathy, tengo la mejor de las noticias para ti! ¡Ven, ven!
Lo cogió del brazo y lo arrastró hacia el centro de la sala. Abernathy miró al mago con incredulidad cuando consiguió soltarse de su agarro.
- ¿Te has vuelto loco? -le preguntó, sacudiendo sus ropas para desarrugarlas a la vez que torcía el hocico-. ¿Y qué es eso de amigo mío? ¿Qué te traes ahora entre manos, Questor Thews?
- ¡Algo que no puedes ni imaginarte! -El mago irradiaba satisfacción al frotarse las manos y hacer un gesto a los otros para que se acercaran.
Todos se concentraron a su alrededor.
- Abernathy si pudieras pedir lo que más deseas en el mundo, ¿qué pedirías? -dijo en voz baja y sigilosa como si estuviera conspirando.
El perro lo miró sorprendido. Luego desvió un momento la vista hacia los gnomos, y luego la volvió a poner en Questor.

[...]