CONTENIDO LITERAL

(Fragmento de "Fénix de obsidiana", novela de Michael Moorcock. Derechos de autor 1970, Michael Moorcock)

Libro primero


Premoniciones

Pero ayer noche recé en voz alta,
angustiado y presa de agonía,
sobresaltado por el monstruoso tropel de formas y pensamientos que me torturaban:
una luz tenue, un gentío atronador,
la sospecha de una equivocación intolerable,
¡y a quién despreciaba, sino a los fuertes!
¡Sediento de venganza, la inútil voluntad
todavía desconcertada, pero todavía ardiente!
Deseo y repulsión extrañamente mezclados,
fijos en objetos odiosos o extravagantes.
¡Pasiones fantásticas! ¡Pendencias demenciales!
¡Vergüenza y terror por encima de todo!
No se ocultaba aquello que,
en mi confusión, ignoraba
haber padecido o perpetrado,
pues todo se reducía a culpa, remordimiento o aflicción,
míos o de otros, siempre
el temor que asfixia la vida, la vergüenza que asfixia el alma.

S. T. COLERIDGE
Las angustias del sueño


1. Que trata de una tierra renacida
Conozco el dolor y conozco el amor, y creo conocer cómo es la muerte, aunque se dice que soy inmortal. Se me ha comunicado que tengo un destino, pero cuál es, salvo ser arrastrado eternamente por las olas del azar y llevar a cabo viles acciones, no lo sé.
Fui llamado John Daker y tal vez por otros muchos nombres. Después me llamaron Erekosë, el Campeón Eterno, y exterminé a la raza humana, porque había traicionado lo que yo consideraba mis ideales, pues yo amaba a una mujer de otra raza, una raza que creía más noble y que era conocida como los Eldren. La mujer se llamaba Ermizhad, y nunca me dio hijos.
Y, tras exterminar a mi raza, me sentí feliz.
Goberné a los Eldren, una raza que ya existía en la Tierra mucho antes de que la humanidad viniera a perturbar su armonía, junto con Ermizhad y su hermano Arjavh.
Los sueños, que habían trastornado mis horas de descanso cuando llegué por primera vez a este mundo, eran ahora escasos, y apenas recordaba nada al despertar. En otro tiempo me habían aterrorizado, induciéndome a pensar que estaba loco. Había experimentado fragmentos de millones de encarnaciones, siempre como una especie de guerrero; ignoraba cuál era mi "verdadera" identidad. De lo que sí estoy seguro ahora es de que enloquecí durante un tiempo, desgarrado por lealtades contradictorias y por las presiones a que se hallaba sometida mi mente.
Pero ya no estaba loco, y me dediqué a restaurar la belleza que había destruido (primero como Campeón de un bando, después del otro) durante mis campañas en la Tierra.
Plantamos arbustos y flores allí donde los ejércitos habían desfilado. Hicimos crecer bosques donde antaño hubiera ciudades. Y la Tierra volvió a ser benigna, tranquila y hermosa.
Y mi amor por Ermizhad no disminuyó.
De hecho, creció. Se desarrolló de tal forma que amaba cada faceta nueva de su carácter que iba descubriendo.
La Tierra adquirió armonía. Y Erekosë, el Campeón Eterno, y Ermizhad, Princesa Suprema de los Eldren, reflejaban dicha armonía.
Las enormes y terroríficas armas que habíamos empleado para derrotar a la humanidad fueron guardadas a buen recaudo, y juramos que nunca volveríamos a utilizarlas.
Las ciudades Eldren, arrasadas por los paladines de la humanidad bajo mi mando, fueron reconstruidas, y pronto cantaron niños en sus calles y brotaron flores en sus balcones y terrazas. Verde césped cubrió las cicatrices dejadas por las espadas de aquellos paladines. Y los Eldren olvidaron a los hombres que habían querido destruir su raza.
Sólo yo me acordaba, porque la humanidad me había llamado para acaudillarla contra los Eldren. En lugar de ello, la traicioné: todos los hombres, mujeres y niños murieron por mi culpa. Su sangre henchió el cauce del río Droonaa, cuyas aguas fluían ahora con mansedumbre. El agua, sin embargo, no podía lavar la culpa que a veces me consumía. No obstante, era feliz. Tenía la impresión de no haber conocido jamás aquella paz anímica, aquella tranquilidad de espíritu.
Ermizhad y yo paseábamos por las murallas y terrazas de Loos Ptokai, la capital Eldren, y nunca nos cansábamos de nuestra mutua compañía. A veces discutíamos intrincadas cuestiones de filosofía, otras nos bastaba con sentarnos en silencio, respirando los ricos y delicados perfumes de algún jardín.
Y cuando nos venía en gana, embarcábamos en un esbelto bajel Eldren y navegábamos por el mundo para contemplar sus maravillas: las Llanuras de Hielo Fundente, las Montañas del Dolor, los extensos bosques y las suaves colinas, las campiñas onduladas de los dos continentes antaño habitados por la humanidad, Necralala y Zavara. Pero, en ocasiones, la melancolía se apoderaba de mí y surcábamos de nuevo los mares hacia el tercer continente, el continente del sur llamado Mernadin, donde los Eldren habían vivido desde tiempos remotos.
Era en esos momentos cuando Ermizhad me consolaba, apaciguando mis recuerdos y mi vergüenza.
- Ya sabes que, en mi opinión, todo estaba predeterminado -decía. Sus manos suaves y frías acariciaban mi frente-. El propósito de la humanidad era aniquilar nuestra raza. Tal ambición les destruyó. Tú fuiste simplemente el instrumento de su destrucción.
- Aun así -replicaba yo-. ¿Acaso carezco de libre albedrío? ¿Era la única solución el genocidio que cometí? Confiaba en que la humanidad y los Eldren podrían vivir en paz...
- Y trataste de conseguirlo, pero ellos se negaron. Intentaron destruirte al igual que intentaron destruir a los Eldren. Casi lo logran. No lo olvides, Erekosë. Casi lo logran.
- A veces -le confiaba- me gustaría regresar al mundo de John Daker. Llegué a pensar que ese mundo era muy complicado y opresivo, pero ahora he comprendido que todos los mundos contienen los mismos factores que odiaba, aunque en forma diferente. Los Ciclos del Tiempo tal vez cambien, Ermizhad, pero no así la condición humana. Era esa condición lo que confiaba en cambiar. Fracasé. Quizá sea ése mi destino, empeñarme en cambiar la naturaleza de la humanidad... y fracasar.
Pero Ermizhad no era humana y, a pesar de que podía simpatizar con mis ideas, no las comprendía. Era lo único que no comprendía.
- Tu raza poseía muchas virtudes -decía.
Entonces, se callaba y fruncía el ceño, incapaz de completar la frase.
- Sí, pero sus virtudes se convirtieron en vicios. A la humanidad siempre le sucedía lo mismo. Un joven que odiara la pobreza y la miseria intentaba cambiar la situación destruyendo algo hermoso. Veía a personas muriendo de inanición y mataba a otras. Veía hambre y quemaba cosechas. Odiaba la tiranía y se entregaba en cuerpo y alma al gran tirano llamado Guerra. Odiaba el desorden e inventaba artefactos que provocaban un caos mayor. Amaba la paz y prohibía la enseñanza, declaraba fuera de la ley el arte y causaba conflictos. La historia de la raza humana fue una tragedia prolongada, Ermizhad.
Y Ermizhad me daba un beso fugaz.
- Ahora la tragedia ha terminado.
- Eso parece, porque los Eldren saben vivir en paz y contener su vitalidad. Sin embargo, a veces tengo la sensación de que la tragedia continúa interpretándose, quizá de mil maneras diferentes. Y la tragedia requiere unos protagonistas. Quizá yo soy uno de ellos. Quizá seré llamado de nuevo para interpretar mi papel. Tal vez mi vida contigo no sea más que una pausa entre escenas...
Ante esto era incapaz de ofrecerme una respuesta, salvo tomarme en sus brazos y proporcionarme el consuelo de sus dulces labios.
Aves de alegres colores y gráciles animales jugaban donde en otro tiempo la humanidad había levantado sus ciudades y batido sus tambores de guerra, pero algunos fantasmas recorrían aquellos bosques recién nacidos y hollaban la hierba de las colinas apenas cicatrizadas. Los fantasmas de Iolinda, que me había amado, de su padre, el débil rey Rigenos, que había solicitado mi ayuda, del conde Roldero, benévolo Gran Paladín de la humanidad, de todos los demás que habían muerto por mi culpa.
Sin embargo, no tuve otra alternativa que venir a este mundo, empuñar la espada de Erekosë, el Campeón Eterno, ceñirme su armadura, cabalgar al frente de un brillante ejército como paladín de la humanidad, averiguar que los Eldren no eran la Jauría del Mal que el rey Rigenos me había descrito, sino, de hecho, las víctimas del odio insensato de la humanidad...
No tuve otra alternativa...
En el fondo, ésta era la frase que más me repetía en mis períodos de melancolía.
Pese a todo, tales períodos se fueron espaciando más a medida que pasaban los años y Ermizhad y yo no envejecíamos y continuábamos sintiendo la misma pasión que en nuestro primer encuentro.
Fueron años de risas, conversaciones amenas, éxtasis, belleza y afecto. Un año enlazaba con otro, hasta que pasaron unos cien.
Entonces, los Mundos Fantasma, aquellos extraños mundos que se desplazaban por el Tiempo y el Espacio formando un ángulo con el resto del universo que conocíamos, entraron de nuevo en conjunción con la Tierra.


2. Que trata de un mal presagio incesante
El hermano de Ermizhad era el príncipe Arjavh. Apuesto, al estilo de los esbeltos Eldren, de dorado rostro puntiagudo y ojos sesgados, que eran lechosos y moteados de azul, Arjavh me quería tanto como yo a él. Su ingenio y sabiduría me inspiraban a menudo, y siempre estaba riendo.
Por eso me quedé sorprendido al visitarle un día en su laboratorio y descubrirle con el ceño fruncido.
Levantó la vista de sus hojas de cálculos y trató de cambiar su expresión, pero me di cuenta de que estaba preocupado, tal vez a causa de algún descubrimiento que había hecho en el curso de sus investigaciones.
- ¿Qué pasa, Arjavh? -pregunté en tono distendido-. Creo que eso son cartas astronómicas. ¿Se dirige algún cometa hacia Loos Ptokai? ¿Debemos evacuar la ciudad?
Él sonrió y meneó la cabeza.
- No se trata de algo tan simple, ni tampoco tan dramático. No estoy seguro de que debamos temer nada, pero sería mejor prepararnos, pues parece que los Mundos Fantasma están a punto de tocar el nuestro de nuevo.
- Pero los Mundos Fantasma no representan ninguna amenaza para los Eldren. En el pasado os proporcionaron aliados.
- Es verdad, pero la última vez que los Mundos Fantasma entraron en conjunción con la Tierra... apareciste tú. Quizá se trate de una coincidencia. Pero también es posible que vengas de un Mundo Fantasma, y que por eso pudiera convocarte Rigenos.
- Comprendo tu inquietud. -Fruncí el ceño-. Estás preocupado por mí.
Arjavh asintió con la cabeza sin decir nada.
- Hay quien dice que la humanidad procede de los Mundos Fantasma, ¿verdad?
Le miré directamente a los ojos.
- Sí.
- ¿Albergas algún temor específico sobre mi comportamiento? -le pregunté.

[…]