CONTENIDO LITERAL

("¿Sueñan en el amor eléctrico los androides?", cuento corto de Walt Leibscher. Derechos de autor, Walt Leibscher)

El psicodroide entró en la habitación y se detuvo a cierta distancia de su paciente.
- He venido para ayudarle -dijo.
- Nadie puede ayudarte -dijo el paciente, y volvió el rostro hacia las estériles paredes blancas de la celda del hospital-prisión.
- Por favor, déjeme intentarlo. Soy completamente humano a todos los fines prácticos. Sin embargo, una pequeña parte de mí es una máquina. Tal vez esa parte pueda comprender.
El androide se sentó en una silla.
- No es cuestión de comprender. Sé muy bien que van a convertirme.
El humano suspiró.
- Eso podría depender de mí.
- ¡De usted! Usted no es más que otra máquina chupasesos. Le conté mi caso a uno de sus hermanos. ¿Hermanas? ¿Cohortes? ¿Cómo demonios se llaman las máquinas entre ellas? -Se interrumpió un instante y añadió-: Sin ánimo de ofender.
- Lo sé, puedo detectar sus mentiras.
- ¿Tan sofisticado es?
- Psiquiatra del Estado Modelo II, Marca III. Soy el más moderno y el mejor.
El hombre se rió al oír la casi arrogante declaración; luego preguntó:
- ¿Sabe llorar?
La pregunta no pareció surtir ningún efecto.
- Puedo sentir ganas de llorar, pero no estoy preparado para verter lágrimas.
¿Qué psiquiatra lo está?
- Usted me gusta -dijo el hombre-. ¿Qué le parece si jugamos al ajedrez; o es un juego reservado a los teradroides?
- Normalmente sí, pero estoy programado para todo tipo de juegos terapéuticos. Cualquier cosa que le haga sentirse más cómodo, o menos tenso. Voy a decirle una cosa. Le cambio una partida de ajedrez por una declaración, una anécdota, lo que usted quiera contarme.
- Juega al ajedrez infaliblemente.
- Podría, pero no lo haré. Conozco sus cocientes de inteligencia y de razonamiento. Me adaptaré a su nivel para que el juego tenga color.
- ¿Subirá o bajará para conseguirlo?
- No se burle -dijo el androide.
El humano estalló en carcajadas. Cuando se le pasó el ataque, el rostro habitualmente inexpresivo del androide estaba sonriendo.
- No se crea tan listo -dijo el hombre-. Y bien, me he reído por primera vez desde hace semanas. ¿Satisfecho?
- Me gusta la risa. Me gustaría poder reír yo también.
El hombre reflexionó un momento; luego dijo:
- Muy bien, HAL, canta Daisy, Daisy.
El androide se estremeció un instante y esbozó una ancha sonrisa.
- Ha sido muy placentero.
El hombre estaba satisfecho.
- Ya me parecía que podría conseguirlo.
- Ahora me toca a mí decirle que no se crea tan condenadamente listo. Y bien, me ha hecho reír. Toda una hazaña.
- Estamos iguales -dijo el hombre-. Dejemos la partida de ajedrez. De todos modos, sólo era un ardid. ¿Qué quiere que le diga?
- Todo.
- Bueno, para empezar, ¿supongo que sabe por qué estoy aquí?
- Porque a todas luces cometió un acto que incluso en esta era ilustrada está considerado, ¿cómo diría?, excesivo.
- Es suficiente para empezar.
Y el hombre le contó su caso.
Cuando hubo terminado, el androide se lo quedó mirando fijamente durante largo rato.
- Es todo un caso y, si no le molesta que se lo diga, me ha parecido muy sensual.
- Gracias. Pero lo importante es si me cree usted.
- Ya le he dicho que podía detectar sus mentiras. Sin embargo, dadas las circunstancias, en realidad carece o carecerá de importancia. Van a absolverle.
- ¿Así de sencillo?
- Muy sencillo. Yo soy ostensiblemente una máquina sin sentimientos. No me costará convencerles de su inocencia. El hecho de que yo le encuentre provocativamente deseable no pesará en absoluto.
Dicho lo cual, el androide se levantó y se dispuso a salir de la habitación.
- Volveré a verlo, no lo dude.
- Una última pregunta -dijo el hombre, sorprendido.
- Sí.
- ¿Los androides están equipados... ? Quiero decir, ¿tienen sexo?
- Eso deberá averiguarlo usted mismo -dijo juguetón el androide. Luego dio media vuelta, cruzó la puerta cimbreándose y se alejó por el pasillo.